jueves, 18 de julio de 2013

Gran Teatro de La Habana

I. Cuando el Gran Teatro era el Gran Teatro
Mi primer viaje a la "Sala Lorca" fue por ahí de la década de 1920. La actriz italiana, Eleonora Duse, presentó cinco funciones de La porta chiusa. Aristócratas y ricachones que habían comprado boletos para todas las noches discutían cuál podría ser el encanto de la Duse. Todos concluían que eran sus delicadas manos. Eran los mejores días del Gran Teatro de La Habana, que en ese entonces ni siquiera se llamaba así, y mi vehículo fue la novela de Antonio Orlando Rodríguez, Los aprendices de brujo. Una obra sencilla, tal vez con algunos tropiezos, pero sin duda entrañable para mí. La novela me invadió de ese tipo de nostalgia sobre un pasado y un contexto ajeno. Fue uno de esos libros que llegan en el momento preciso y a través de alguna persona precisa y cuya lectura termina engrapando un gran número de emociones, significados y afectos. Para mí, recordar ese viaje a La Habana, acompañado de los bogotanos Lucho y Wen, hace nueve décadas, significa recordar simultáneamente una época en la Ciudad de México en 2006 en la que la vida se sentía muy especial. Para mí, entrar por la puerta central a la Sala Lorca y ver la bóveda del Gran Teatro de La Habana significa saberme acompañado por mi amigo Arturo, con quien en ese entonces compartía grandes charlas, paseos y, por supuesto, esa novela.

Asediado por espontáneos, aquí la fachada desde el Parque Central. Foto JILG, 2011.


Rodríguez no nos mentía: la Duse estuvo ahí. Foto JILG, 2011.
Acostumbrado a enamorarme de ciudades y países enteros, Antonio Orlando Rodríguez me preparó una cita a ciegas con el Gran Teatro. Algún día lo conocería.

II. El Gran Teatro
Que sea conocido por varios nombres es, a mi gusto, un sello de distinción. Algunos habaneros le llaman aún el "Tacón", que es el antiguo y original nombre del extinto teatro principal de la ciudad que en 1838 fue inaugurado en ese mismo predio. También lo llaman "Teatro Nacional" o simplemente "el Lorca" (que fue un antiguo nombre de todo el conjunto y actualmente, sólo el de su sala principal). Tampoco es completamente extraño encontrar quien se refiera a él como el "Centro gallego". Encontré que pocas personas se refieren a él como el "Gran Teatro de La Habana". Es un nombre incómodo: uno puede sentirse ridículo diciéndole el "Gran Teatro" (aunque lo sea) y limitarse a decirle "Teatro de La Habana" puede generar confusión pues hay otro "Teatro de la Habana" en la ciudad. También es cierto que la poca difusión de este rimbombante nombre se deba a su aún corta existencia, pues fue a iniciativa de la "Prima Ballerina Assoluta" Alicia Alonso en 1985 que se le colocó este título.

Las fantásticas esculturas son de Giuseppe Moretti. Foto JILG, 2012
En cualquier caso, la pinta del edificio es visualmente adictiva. Su aspecto actual es considerado uno de los mejores ejemplares del neobarroco de la primera mitad de siglo XX. Un estilo poco visto en México, si acaso en algunas casas de Polanco. Esta fachada data de 1915, cuando el Centro Gallego compró el teatro Tacón y lo extendió, lo remodeló y lo convirtió en un palacio. Aquí se le atribuye esta extraordinaria obra a un arquitecto belga llamado Paul Beleu, de quien no encuentro más información.

A La Habana de la Cuba capitalista la llamaban el "París del Caribe". El elegante teatro convocaba a los grandes de todas partes del mundo para espectáculos de música, teatro y ópera. En la Cuba socialista, el teatro de La Habana es menos aristocrático, pero no menos emblemático. Desde la década de 1960 está asociado a uno de los máximos orgullos nacionales y del régimen: el ballet. Encabezado por Alicia Alonso, el Ballet Nacional de Cuba usa el Teatro como la sede principal de sus eventos, incluido el bianual Festival Internacional de Ballet de La Habana.


III. La visita en el siglo XXI: sinsabores
Volví a ver el teatro en abril de 2011. Esta vez no fue necesario un vehículo literario sino que el encuentro fue cara a cara. El edificio ha sido beneficiario de una serie de remodelaciones desde 2004, mismas en las que una Habana convencida de su nueva (o restaurada) vocación turística comenzó a recuperar su faz de la "era capitalista" (también llamado en el oficialismo, entre la exageración y la justa razón, como "período neocolonial") . Ahí estaba yo, desde el Parque Central intentando, como cualquier turista que va a Cuba, tomar doscientasmil fotografías. Quería, como casi todo turista ingenuo, encontrar la foto diferente a la que ha sido visualizada mil veces. Pero el asedio de locales que buscaban ofrecerme habanos más baratos, explicaciones, preguntarme la hora o indagar mi nacionalidad terminó por ahuyentarme. Por otro lado, los interiores estaban cerrados.
Esperando a que empiece la función, Foto JILG, 2012

Pero volví a La Habana en 2012 y esta vez el teatro estaba abierto y había oportunidad de entrar: una nueva generación de la Escuela Nacional de Ballet daría una función de La flauta mágica. Nuestra sorpresa fue en la taquilla. Un letrero anunciaba que los cubanos pagan una ínfima cantidad en moneda nacional (peso cubano), mientras que los extranjeros en divisa (peso cubano convertible) una cantidad equiparable con otras funciones de ese tipo en cualquier otra parte del mundo. Razonable, justificable y hasta aplaudible considerando que los cubanos participan de un régimen de subsidios, impuestos y redistribuciones de los que el turista no.

Instrucciones parciales, Foto JILG, 2012
Sin embargo, lo que ya no decía el letrero y te enterabas al llegar a la taquilla es que a los cubanos se les asignaba los lugares de Tertulia (esto es, gayola, o sea, hasta arriba) sin posibilidad de comprar en primer piso, lunetas o segundo piso, pues esos lugares estarían reservados para los extranjeros. El turista, similarmente, no podía comprar en Tertulia. Y así, ese sistema de subsidios, impuestos y redistribuciones se va a la mierda y sólo sirve para sobajar a sus participantes a favor de los turistas provenientes del capitalismo. Brillante. Pero como todo en Cuba -y en el mundo entero-, si tienes dinero hay un truco para resolver las sinrazones institucionales: revendedores fuera de taquilla pueden conseguir boletos de primer piso a grupos mixtos (es decir, para cubanos y extranjeros que van juntos), cuyo precio incluye que los acomodadores no soliciten documentos de identidad para ingresar a la Sala Lorca. Fantástico: corrupción institucionalizada en el régimen que combatió la corrupción de la era neocolonial.

Lo que queda de Alicia Alonso engalanando aquella función, Foto JILG, 2012
En mi ambición por entrar al teatro cerrar los ojos e imaginar a la Duse frente a mí, no me importó ser cómplice de esa bajeza cotidiana de la Cuba de hoy e ingresé a mi asiento obligatoriamente de primer piso. A mi lado se sentó una desagradable mujer que entraba al Gran Teatro de La Habana  vestida como si viniera de un día de playa. "No la juzgues por su apariencia, tal vez ella también viene a dar tributo al Teatro", me autorreprendía. De pronto, en el palco principal del Teatro apareció la Prima Ballerina Assoluta y ancianísima Alicia Alonso y toda la concurrencia se deshizo en aplausos. "Who's the old lady?", me preguntó la elegante compañera de butacas. ¿Cómo explicarle a quien sacaba un sandwich de su bolsa para ver la función que se trataba de una de las más grandes bailarinas de todos los tiempos? Imaginaba a los protagonistas de la novela de Rodríguez que hicieron todo un viaje con el solo propósito de ingresar a esa sala a ver a una consagrada compartir palco con mi vecina canadiense.

Primera ronda de aplausos tras La flauta mágica, Foto JILG 2012
La función estuvo bien. No hay más qué decir. El teatro lleno de humedades, paredes despostilladas, el telón sucio y, sobre todo, con la consciencia de que la zona de hasta arriba estaba abarrotada por familiares y amigos de los bailarines que no pudieron estar más abajo porque la administración del Teatro se los prohíbe para dejarle el lugar a la canadiense y a mí. Estuve incómodo toda la función.


Definitivamente, del Gran Teatro de La Habana me quedo con su fachada y con el recuerdo de mi visita guiada de hace casi 100 años.