domingo, 25 de agosto de 2013

La Enseñanza: un tributo

Interior del templo de Nuestra Señora del Pilar. Por la forma en la que fueron dados los predios que ocupa el colegio, es distinta a los otros templos de monjas pues no corre paralelo a la calle ni tiene doble portada lateral. Por esa razón, el coro enrejado no quedó al fondo, como en cualquier otra iglesia de monjas, sino a los costados del retablo mayor.  Foto: JILG, 2013
I. ¡Traigo a la virgen!
Ella llegaba con esos lentes semi opacos, redondos y grandes, de “fondo de botella”, pues. Alta, corpulenta y, por supuesto, con un bastón. La caricatura no se completaría si, además, no trajera un zorro muerto como estola. Com-ple-to: las patitas traseras y la cola le cuelgan al frente de su hombro izquierdo y las delanteras junto con la cabeza inerte del lado derecho. Y la severidad de su semblante se corona con una voz grave y profunda que, luego de tocar la puerta responde al “¿quién es?” con un solemne y firme “¡traigo a la Virgen!”.  Mi mamá y sus hermanas recuerdan así a la encargada de trasladar un pequeño altar móvil con alcancía integrada dedicado a Nuestra Señora del Pilar para custodia temporal de los miembros de su cofradía en México.

Figurita de la Virgen del Pilar en la fachada de la
Enseñanza. Se ve que alguna vez estuvo pintada.
Foto: JILG, 2013
Así, durante los días que mi abuela recibía en su casa a la pequeña figurita de una virgen María parada sobre un pilar, debía organizar oraciones y visitas entre sus vecinos y amigos, buscando llenar esa alcancía que tenía en su base. Desde antes, desde entonces y hasta ahora, cada 12 de octubre se organiza una misa solemne en el Templo de Nuestra Señora del Pilar, conocido como la Enseñanza, en la calle de Donceles, en el Centro de la Ciudad de México. La celebración es acompañada de una fiesta financiada con los recursos obtenidos por la Cofradía. Hoy, cuando yo le hablo a mi madre de la Enseñanza, ella no puede evitar recordar a la caricaturesca señora que llevaba a la Virgen del Pilar a su madre.

En el mundo católico, siendo la zaragozana Virgen del Pilar la advocación mariana principal de España, en México no goza de una amplia devoción. Apenas un puñado de parroquias y templos son dedicados a ella en todo el país, aunque su imagen se encuentra presente en pequeñas capillas y retablos principalmente donde se concentran emigrantes españoles o sus descendientes.

La célebre iglesia de la Enseñanza es el más importante templo de la Ciudad de México y probablemente del país dedicado a la Virgen del Pilar. Y este sitio, junto con un muy remodelado Colegio Nacional, son los restos de lo que fue un convento y colegio para mujeres inaugurado en 1754 por una noble novohispana llamada María Ignacia Azlor y de Echeverz. Eran los tiempos en los que el barroco comenzaba a fastidiar. Le faltaba un digno ejemplar de culminación. La historia de La Enseñanza puede ser enternecedora y su aspecto actual es de una impecable limpieza que esconde sus múltiples imperfecciones y cicatrices históricas, mismas que resulta divertido encontrar. 

Aunque frecuentemente entran y salen personas que dedican un par de oraciones y plegarias a alguno de los múltiples santos y santas que hay en sus nueve retablos o bien algunos admiradores -nacionales y extranjeros- de paso, suele predominar un ambiente silencioso y muy tranquilo. Su actividad religiosa también es muy baja. No posee ninguna figura o imagen particular de veneración popular. Hasta hace un par de semanas que se han traído un padre de Orizaba para celebrar misas todos los días a las 13:00, no había celebraciones de lunes a sábado. Sólo había una misa dominical y, anteriormente, un domingo de cada mes, al igual que en el templo de Loreto, se celebraba la ultraconservadora misa tridentina. Las religiosas que resguardan el templo rezan el Angelus diario y eso es todo. Queda, pues, un recinto abierto durante las mañanas y un breve período por la tarde que es ideal para ir a leer, descansar de un paseo o compras por el Centro o simplemente para ir a estar. Para los creyentes será ideal para orar. Es, sin duda, uno de mis sitios favoritos en la Ciudad y razón por la que le dedico esta entrada.


II. La historia: “la Madre Fundadora aseguraba que de todo su caudal había hecho heredera a Nuestra Señora del Pilar” 
La guía "Hablemos de la Ciudad" de Porrúa, en su entrada sobre la Enseñanza (pp 352-356) (que por alguna razón decide colocarla en la calle Luis González Obregón cuando las puertas principales del ex convento, hoy Colegio Nacional, la del templo y hasta la misma foto que acompaña su entrada se encuentran sobre Donceles), comete el terrible error de parafrasear casi literalmente (sin citar, por supuesto) un discurso que pronunció José Emilio Pacheco, donde da datos equívocos de la fundación del Colegio. Entre otros elementos, notablemente repiten como apellido del padre de la fundadora "Azcor y Vitro", cuando el correcto es "Azlor y Virto de Vera". Sorprendentemente, antes de optar por el plagio, tampoco tomaron con cautela la propia advertencia que el mismo Pacheco hace en ese discurso de que él no es el más adecuado para hablar de la historia del templo. Patético plagio. Por lo demás, no aporta muchos datos más que la evolución de las diferentes ocupaciones que tuvo el convento tras las Leyes de Reforma y la exclaustración de monjas por todo el país en 1861, cuando creo que la riqueza está más del lado del convento que del edificio civil que resultó.

La fundadora: María Ignacia Azlor y Echeverz. Imagen
tomada de la Relación histórica de la fundación del
convento, editada en 1793.
Sobre fuentes con la historia de este templo hay una que es extraordinaria: es la Relación histórica que las propias monjas escribieron a los pocos años de muerta su fundadora, María Ignacia Azlor y Echeverz y que obtuvo el permiso de imprenta en 1793. La redacción del texto es verdaderamente hermosa y su lectura empuja, a mi gusto, a ver el templo y el convento con otros ojos. Y no tanto por la vida de María Ignacia, que al final, es la de una rica heredera que decide tomar los hábitos y fundar un colegio, sino por la narrativa misma del texto que comienza así:

"Se admirará el piadoso lector (y con razon) al ver que unas mugeres sin letras hayan tenido ánimo de emprender una obra superior á su sexo; pero no le hará fuerza si reconoce que nos obliga á ello que en treinta y nueve años que lleva fundado nuestro Convento, no ha habido sugeto que se haga cargo de tomar este trabajo, para que en todo tiempo conste de dónde tuvo origen esta casa". 

Sin embargo, un estudio muy especializado sobre este colegio es el que hizo Pilar Foz y Foz, una religiosa perteneciente a la misma congregación que María Ignacia y que dedicó gran parte de su vida a estudiar los archivos y documentos de la Compañía de María.  Desgraciadamente no he conseguido tener acceso al documento y cuando lo haga podré complementar esta entrada.

En todo caso y, como siempre, tomando aquí los elementos y datos que me resultan más interesantes, baste decir que, a pesar de una mansión ubicada en la esquina de República de Chile y Belisario Domínguez y que sigue en pie, la Enseñanza terminó siendo la más digna embajada en la Ciudad de México de la gloria y riqueza del Marquesado de San Miguel Aguayo y Santa Olalla. Mientras que otros nobles novohispanos construyeron grandes mansiones y palacios célebres en la ciudad, el mejor recuerdo de los de Aguayo será el de este convento que a su vez fue un colegio para mujeres. Pero, ¿de dónde es marqués el que es Marqués de San Miguel Aguayo y Santa Olalla? De un pequeño municipio de Cantabria (antes Castilla La Vieja), España, que hoy no tiene más de 200 habitantes y que nunca alcanzó la riqueza que sí tuvieron las actividades de los marqueses en México. En en el norte del país y en el sur de Estados Unidos quedan restos de la presencia de estos marqueses por doquier. Incluso hay una pequeña misión en Texas con el nombre del título nobiliario y una fortaleza de Nuestra Señora del Pilar en la Louisiana fundada por el padre de nuestra protagonista y que en su momento fue la primera capital de Texas. Y es que a los marqueses correspondía una extensa cantidad de hectáreas de ranchos, haciendas, minas y comunidades en la que entonces era Nueva Vizcaya y hoy se corresponde a partes de Coahuila y Texas. La familia del marquesado dividía gran parte de su tiempo entre España, Nueva Vizcaya y la Ciudad de México.
Casa del Marqués de San Miguel de Aguayo en la Ciudad de
México. Esta es una vista de su lado por la calle de Rep. de
Chile. Foto: JILG, 2013

Así, la fortuna que fue capaz de financiar la Enseñanza discurrió por una interesante línea materna desde el XVI por el emprendedor vasco Francisco de Urdiñola quien llegó a México en 1571 y le fue encomendada la conquista de los territorios del norte, concediéndole un gigantesco (y deshabitado) latifundio ganadero y minero cerca de Saltillo. Sometiendo a mano de obra a una importante migración tlaxcalteca, Urdiñola se forjó en décadas una codiciada riqueza que le dejó algunas polémicas y problemas políticos. Y ahí comienza la historia.

Un breve, pero completo y estupendamente documentado relato del marquesado lo encontré en esta revista española a cargo de Manuel García Alonso, quien tiene más artículos al respecto. Una hija de Urdiñola, Isabel, se casó con un Luis Alceaga, heredando él la fortuna de Urdiñola y continuando su expansión y producción. Una hija de estos, María Alceaga, se caso con un Luis de Valdés, igualmente, heredando él la fortuna. Su hija Francisca de Valdés, bisnieta de Urdiñola, se casó por tercera ocasión en 1667 en un viaje a España con Agustín de Echeverz, de Pamplona. Tras ello, vinieron a México y Echeverz tuvo una brillante carrera política en el norte, siendo gobernador y capitán general de Nuevo León. Esto y sus riquezas heredadas por nupcias le permitieron comprar el título de Marqués. Al igual que en toda la línea de descendencia de Urdiñola, Agustín y Francisca tuvieron sólo hijas, por lo que el siguiente heredero fue su yerno: José de Azlor y Virto de Vera. Similarmente, en un viaje a España fue arreglado su matrimonio con Ignacia Javiera de Echeverz. Importantemente, este nombre delata ya una clara devoción a San Ignacio de Loyola y a la Compañía de Jesús. José de Azlor, ya como el segundo Marqués de Aguayo, por su matrimonio con Ignacia Javiera, también tuvo su momento de gloria en América: dirigió una campaña contra los franceses que se expandían por la Louisiana. Azlor llevó un ejército por Texas y fortaleció las fronteras españolas, valiéndole su nombramiento como gobernador de Nueva Vizcaya y el título de "conquistador" de Texas.

El matrimonio de Azlor y de Echeverz, nuevamente sólo tuvo hijas: María Josefa Micaela y María Ignacia, la segundona, como se decía en esa época. El título de marqués sería para quien se casara con María Josefa Micaela. Por su parte, María Ignacia nació en la hacienda de San Francisco de los Patos (hoy villa General Cepeda, cerca de Saltillo) en 1715. A sus 18 años quedó huérfana y se unió al más antiguo convento de concepcionistas de la Ciudad de México (el que se encuentra hoy su templo en Belisario Domínguez). Sin embargo, según narran las monjas en su relación de 1794, a los tres años dejó el convento para irse a España a cumplir un deseo de sus padres de ir a visitar a los parientes de allá, la promesa de visitar a la Virgen del Pilar en Zaragoza y, más importante, a seguir la instrucción de su madre de unirse a la Compañía de María y traer a México su Instituto de la Enseñanza. Las monjas bien señalan que a la Ciudad de México no le faltaban conventos ni reglas (había capuchinas, jerónimas, concepcionistas, clarisas, carmelitas y dominicas). Sin embargo, la Compañía de María, fundada en Francia en 1607 por Juana de Lestonnac, como una vertiente femenina de la Compañía de Jesús y su proyecto educativo, había adquirido fuerza en Europa y, aunque en México no faltaba la educación femenina, ciertamente podía mejorarse significativamente.

María Ignacia, antes de partir a España en 1736, dejó un documento donde dejó establecido que a su regreso fundaría la Compañía de María en México. Éste testamento, supuestamente, es resguardado por las religiosas en México y tomado como una reliquia. En España permaneció 18 años. Los primeros fueron visitando a su familia y, donde según narran las religiosas, tuvo diferentes pretendientes y ofertas matrimoniales. Sin embargo, tras unos años fue que partió a Tudela, Navarra, como novicia de la Compañía de María. Tras profesar en 1745 comenzó las gestiones, desde España, para conseguir el permiso de fundar un convento. Dicen las religiosas de ese día:

"... no es fácil significarlo: viendo aquella gran muger á quien lisonjeaba la fortuna con tan crecidios caudales, honras, apluasos y doraciones mundanas, olvidar de una vez nobleza, caudal, obsequios, rendimientos, aclamaciones, y todo lo que el siglo aprecia, para encerrarse en un claustro, conocían ser obra del poder de la divina gracia".

Los recursos de María Ignacia tendrían que provenir no sólo de la dote misma que le habrían dejado sus padres, sino que la idea de fundar un colegio en la Ciudad de México era ya un proyecto familiar ideado por su madre, pero respaldado por su hermana, la tercera marquesa de Aguayo. Como se ha visto posteriormente, los sobrinos de Maria Ignacia, a su muerte, se encargaron también de mantener abierto el flujo de recursos al convento. Fue hasta el 25 de abril de 1752 que María Ignacia consiguió la Real Cédula que la autoriza a fundar el Instituto de la Enseñanza y establecer la Compañía de María en la Nueva España. Inmediatamente, con todas las rigidices y demoras de la época, partió para México con una comitiva de monjas para realizar la fundación. A su llegada a Veracruz supo que el Arzobispo de México desconfiaba que María Ignacia tuviera los recursos suficientes para fundar el Instituto y, además, que sus antiguas compañeras del Convento de la Concepción le negaban el asilo que inicialmente le habían ofrecido. Para colmo, supo que diferentes maestras de mujeres, llamadas "maestras de migas", habían escrito al Virrey y al Arzobispo pidiendo que no autorizara la fundación de la Enseñanza, pues acabaría con su trabajo. Con estas dificultades, cuentan las monjas que, en su breve estancia por Puebla el obispo intentó convencerla de fundar ahí el Instituto de la Enseñanza. Empeñada en mantener su plan original, en su despedida del obispo, éste le dijo: "adiós querida, primero será la fundación de Puebla que la de México".

Lo cierto es que no le tomó mucho tiempo a María Ignacia demostrarle al Arzobispo que sí tenía dinero. Las monjas dicen que le mostró sus arcas y le aseguro que "de todo su caudal había hecho heredera a Nuestra Señora del Pilar", es decir, "llegaron a un arreglo". Mientras conseguían un predio para la fundación y lo dejaban minimamente adecuado para habitarlo, las monjas de la Compañía de María fueron asiladas en el convento de Regina por poco más de un año. En diciembre de 1754, finalmente, se da por fundado el convento de Nuestra Señora del Pilar y se trabajaría en construirlo por casi cuatro décadas.

La Enseñanza tuvo, al parecer, un extraordinario éxito entre las acaudaladas familias novohispanas de la Ciudad de México y sus alrededores ofreciendo a las mujeres una educación que no las guiara exclusivamente a la vida conventual. María Ignacia vivió hasta 1767, sin poder llegar a ver la edificación terminada. Patrocinada por los marqueses de Aguayo y, luego de la Independencia de México, por otros patrocinios, la Compañía de María mantuvo actividades en este lugar hasta 1861 que, como casi todos los hombres y mujeres de la vida monástica del país fueron exclaustrados por las Leyes de Reforma de Benito Juárez. El templo de la Virgen del Pilar fue respetado, pero el resto del convento y colegio fue objeto de diferentes lotificaciones y usos, incluyendo oficinas gubernamentales, colegios y hasta brevemente como prisión. Fue hasta 1943 que se le destinó a una mitad como oficinas de la SEP y a la otra al recién fundado Colegio Nacional, a cargo de Alfonso Reyes. Desde entonces, el conjunto se ha mantenido así.

III. El Colegio, el convento y el templo: desafiando la tradición
Fachada actual de La Enseñanza. Al centro la entrada al templo de Nuestra Señora del Pilar. El edificio del lado izquierdo (Donceles 100), hoy oficinas de la SEP, se correspondía con el convento, aunque se trata ya de una edificación nueva. Del lado derecho (Donceles 104) se correspondía con el colegio, mismo que hoy es el Colegio Nacional. En este caso sí se trata de la edificación original, aunque con numerosas modificaciones, siendo las más importantes las que realizó Teodoro González de León en 1943. Foto: JILG, 2013
Portada del templo. La Virgen del Pilar luce pequeñita en la
ventana. En cambio, la figura central es de San José con el
niño, extraña ubicación. Más consecuentemente, abajo están
San Miguel Arcángel (eterno aliado de la Virgen) y San Juan
Nepomuceno (de amplia devoción en órdenes femeninas) y
arriba están San Benito (representativo de las reglas
conventuales) y San Ignacio (patrono de la
Compañía de María). Foto: JILG, 2013.
María Ignacia consiguió dos predios, ya edificados, en la calle de Cordobanes (hoy 4a de Donceles), separados por una callejuela. La labor de convertir eso en un convento, un colegio y, por supuesto, con su reglamentario templo, fue asignado originalmente a uno de los más famosos de su tiempo: Francisco Antonio de Guerrero y Torres. Su nombre explica un poco de mi afición a la Enseñanza y es que Guerrero es autor de algunos de mis más amados edificios del centro de la Ciudad: el palacio de los Condes de San Mateo Valparaíso (hoy un Banamex) y el Palacio de los Condes de Santiago Calimaya (hoy Museo de la Ciudad de México).

Esta disposición de los terrenos dio lugar a una de las particularidades de la Enseñanza: es el único templo de monjas en todo el Centro de la Ciudad de México (salvo el de San Bernardo aunque su apariencia actual, en realidad, es una importante modificación) que no cuenta con una doble portada lateral y que la nave corre paralela a la calle. Y es que Guerrero, brillantemente, decidió clausurar la callejuela que había entre los dos predios para edificar ahí el templo, mientras que el convento quedaría de un lado y el colegio del otro, uniéndose por detrás del templo. De esta forma, no había espacio para que el templo corriera paralelo y, en consecuencia, para que tuviera dos portadas. Esta idea generó otro reto al interior del templo, donde existe otra innovación y diferencia con los templos de monjas novohispanos, pero eso lo señalaré con su foto correspondiente. María Ignacia traía a México un nuevo estilo de educación femenina y una congregación más a las típicas novohispanas. La construcción simbólica del templo habla, además, de un desafío.

Primer patio (desde Donceles) del Colegio Nacional.
Foto: JILG, 2013
En algún momento de la segunda mitad del XVIII, el arquitecto Ignacio Castera sustituyó a Francisco Guerrero. No hay mucha claridad sobre quién se encargó exactamente de qué. Sin embargo, los estilos arquitectónicos y quienes han estudiado fuentes, aseguran que a Guerrero le debemos la planta del conjunto y el templo, mientras que a Castera el convento y el colegio. Es decir, nada de lo que hoy se conserva de forma original.

Cuando fue fundado el Colegio Nacional, se le encargó al arquitecto Teodoro González de León realizar una restauración del colegio, pues se encontraba prácticamente inutilizable. Supuestamente González de León siguió planos descritos al poco tiempo de la exclaustración para conseguir dar nuevamente el aspecto que tenía. Básicamente, González de León reunificó el predio que era utilizado como colegio, dotándolo de tres patios comunicados que originalmente contaba el edificio. La decoración, sin embargo, resultó por demás ecléctica, por lo que el aspecto del Colegio Nacional no es el de un viejo edificio dieciochesco al estilo de Guerrero, pero tampoco neoclásico al de Castera. En todo caso, González de León volvió reutilizable un predio que ya no lo era y ciertamente lo hizo agradable y fresco. La Enseñanza es una buena sede del Colegio Nacional. Pero ahora sí, vayamos a lo realmente bueno.

IV. El templo: saqueos, reemplazos y curiosidades
Retablo mayor, lienzos y coros enrejados.
Si en otras joyas del barroco mexicano lo que atrae es el llamado horror vacui, en La Enseñanza es la posibilidad de lograr acabados muy recargados pero sobrios y elegantes, más que exuberantes e impactantes. Si uno visita la Enseñanza con la versión impresa de la Nueva Guía del Centro Histórico de México leerá que dice, en su página 72: "El retablo principal y los seis laterales revelan su barroquismo en las columnas estípites, así como en el tupido bordado sobre la madera"... Un observador un poco más agudo, notará que en realidad hay un total de nueve retablos (no siete), pero, más aún destacable es ¡la ausencia del estípite! A diferencia del barroco churrigueresco que dominó el centro país a lo largo de buena parte del siglo XVIII, en la Enseñanza no se encuentra una sola columna estípite. Y eso es lo que hace de su barroco algo tan singular y significativo de su culminación. A mi gusto, es su expresión más refinada y de hecho Manuel González Galván coloca a estos retablos (pdf) como dentro de los mejores ejemplos de lo que Dr Atl llamó "ultrabarroco", una breve y dramática etapa final previa al neoclásico. Es una pena que esta guía no recoja lo realmente singular del templo y le describa características inexistentes.

San Ignacio, encabezando el retablo mayor. Foto: JILG, 2013
Los de la Enseñanza son una forma del barroco que retoma elementos previos a la irrupción del churrigueresco en la retablística novohispana. Un interesante modelo de este es el que se encuentra en la Catedral Metropolitana en la Capilla de la Inmaculada Concepción donde, en vez de contar con columnas (estípites o no), el volumen lo logra con molduras corridas. Salvo uno que sí tiene un par de columnas, todos los retablos de la Enseñanza dan una versión más elegante y sofisticada de este retablo de la Catedral, siendo el mejor logrado el mayor. Vale la pena echarle un vistazo a sus nueve retablos.

San Francisco Xavier repetido, uno arriba de otro, en el
retablo mayor. Foto: JILG, 2013
El retablo mayor, se amolda por completo a un gran nicho que forma parte del ábside del templo. Rodeado de grandes lienzos y las rejas del coro, juntos, forman una unidad muy original y, sobe todo, muy bonita. Lo inmediatamente llamativo son las rejas con telones rojos de fondo. Esto es nuevamente a causa de que el convento de la Enseñanza no fue construido conforme a los cánones de los templos de monjas. En estos, al correr la nave paralela a la calle, la entrada el templo es en la parte lateral, mientras que en el fondo se coloca un coro alto y bajo, enrejado, donde las monjas atienden la misa y reciben la comunión sin romper la clausura. Aquí, como no hay entrada lateral, sino al frente, como en una iglesia normal, el coro enrejado debió ubicarse en otro sitio. El resultado es el que está a la vista y resulta, sin duda, muy curioso. Las pinturas de la parte alta representan a la Virgen del Pilar, las de los laterales son la visión de San Juan sobre la Virgen del Apocalipsis con el Arcángel San Miguel venciendo a la Bestia. La del lado derecho es la Asunción de María. Ambos lienzos están firmados por Andrés López, de quien no encuentro mucha mayor referencia a que es un pintor propio de la época.

Las estrellas del retablo son, por supuesto la Virgen del Pilar y San Ignacio de Loyola, aunque, por alguna razón, en el nicho central del remate (hasta arriba, pues) está San Benito, fundador de los benedictinos. En el retablo hay estatuas y medallones con algunos papas y santos jesuitas y otros que no pude identificar ni encontrar a quien lo hubiera hecho. Sin embargo, es notorio que las imágenes del retablo no pueden ser las originales por un sencillo desliz evidente: la repetición de San Francisco Xavier. Difícilmente pudo haber sido una decisión original de quien hubiera hecho este retablo y sorprende que alguien haya decidido reemplazar un faltante con otro igual.

El resto del templo cuenta con otros ocho retablos para los cuales prefiero hacer un recorrido de fotos con amplios pies que continuar con el cuerpo de este texto, así que ahí van, en orden desde la entrada del templo haciendo un circuito de izquierda hacia derecha, omitiendo, por supuesto el retablo mayor.

Retablo de Nuestra Señora del Refugio (izquierda) y de la Pasión (derecha). El primero es uno de los dos retalos del sotocoro, es decir, la parte trasera de la iglesia, inmediata a la entrada en este caso. Claramente se trata de un retablo incompleto pues arriba de las dos columnas laterales típicamente irían dos estatuillas. La pintura está sumamente opaca, pero la leyenda colocada en la base del retablo asegura que es de una Virgen del Refugio. En el segundo retablo, el Cristo crucificado, acompañado de cuatro pinturas con escenas de la Pasión,  junto con una del Divino Rostro y una estatuilla de la Dolorosa permiten dar cierta unidad al tema que trata. Arriba y debajo de las pinturas hay medallones que podrían ser de profetas del antiguo testamento donde claramente la presencia de una pequeña puerta en el lado derecho impide que haya cuatro medallones.
Las pinturas de los retablos de la Pasión están firmadas por Sebastián Salcedo con fecha de 1779 (izquierda), quien no cuenta con muchas otras pinturas de las que se tengan conocimiento. Sin embargo, tiene una sobre sobre la Virgen de Guadalupe (derecha) que se resguarda en el Museo de Arte de Denver, Colorado. Esta pintura tiene tal éxito local que el museo ha realizado períodos de entrada gratuita  sólo para celebrarla.

Retablos de San Ignacio de Loyola (izquierda) y de Guadalupe. Ambos muy buen ejemplo del "ultrabarroco" que  coloca a los santos en nichos que forman parte de las pilastras (columnas) y no entre ellas. Los retablos están enmarcados por pinturas que narran la vida de José y María. Estos no están firmados pero podrían ser también del mismo Salcedo. En el retablo de San Ignacio aparecen santos fundadores de congregaciones como San Agustín, San Diego de Alcalá, Santo Domingo de Guzmán y San Cayetano.  En el remate, al centro, aparece una virgen rodeada de espejos debido a la invocación mariana en la letanía de "espejo de justicia".  El retablo de Guadalupe es uno de los que tiene mayor unidad temática al contar, abajo, con estatuas de San Joaquín y Santa Ana,  padres de María. Arriba, al centro, a San Miguel Arcángel, protector de la virgen y a sus lados San Juan Bautista, sobrino de María y, a la derecha San Juan el evangelista, a quien Jesús le dio a María por su hijo. 
Medallones rotos. En la base del retablo de San Ignacio hay dos medallones dedicados a mártires: el de San Hipólito con su pluma símbolo del martirio y el de Santa Bárbara con todo y su torre. En la aparente limpieza y perfección que da el aspecto general de la Enseñanza, estos dos sobre salen justo por su maltrato.
Hay un retablo dedicado a las reliquias, sin embargo, fuera de lugar y de contexto, en el retablo de San Ignacio, se encuentra como reliquia una presunta astilla de la columna a donde fue atado Jesús durante la flagelación (izquierda). A la derecha, en el retablo de Guadalupe, llama la atención un pequeño medallón de quien podría ser Santa Librada, a quienes se encomiendan las "mal casadas".

Retablos de San Juan Nepomuceno (o de la Virgen de Pátzcuaro) a la izquierda y el de las Reliquias a la derecha.  Como en el caso del Retablo de la Pasión, las puertas colocadas en los costados del templo interrumpen algunas secuencias santorales. En este caso se trata de los evangelistas. Hay tres medallones dedicados a San Mateo, San Marco y San Lucas. En el lugar de la puerta correspondería el de San Juan. Probablemente se optó que éste fuera el evangelista excluido debido a que cuenta con toda una estatua en el retablo de enfrente, dedicado a la virgen de Guadalupe.  Aquí, además de San Juan Nepomuceno y la imagen de la Virgen de Patzcuaro que luce haber sido introducida no hace mucho, están santos jesuitas (San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kotzka) que se repiten en el retablo mayor. Además, finalmente aparecen Santa Teresa de Ávila y Santa Gertrudis la Magna que son casi reglamentarias en cualquier convento barroco de monjas en la Nueva España. En el retablo de las reliquias aparecen figuras de santos y santas completamente desconocidos para mí, pero una placa asegura que se tratan de Santa Rudinetra, Santa Cándida, San Rufo de Taseda y San Clamente, de quienes pertenecen las reliquias que quedan en el retablo. Hay una pintura de Cristo flagelado, suponiendo que la reliquia de la astilla de la columna debería estar aquí, no en el retablo de San Ignacio que está frente a este. 
Detalles del retablo de las reliquias... que muestran la ausencia de éstas. Fotos: JILG, 2013

Retablo de la virgen o de San Antonio Abad y retablo derecho del sotocoro. El de la izquierda no tiene mucha unidad en sus temas. Las pinutras son un San Juan escribiendo el Apocalipsis y una María Magdalena, ambas de Francisco Antonio Vallejo. Es evidente la falta de un santo o pintura en la parte superior y las dos santas de arriba, son, supuestamente, otra Santa Gertrudis la Magna (repetida) y Santa Rita de Casia, aunque, en realidad no hay muchos atributos para poder distinguirlas de cualquier otra santa o mártir.  Algo similar ocurre con el retablo del sotocoro que ni a nombre llega, pues no tiene placa alguna ni uniformidad en su tema como para sugerirle alguno, está incompleto y los santos que posee parecen de reciente introducción. Probablemente, igual que el retablo izquierdo del sotocoro, su posición cercana a la entrada lo hizo víctima de numerosos saqueos. Foto: JILG, 2013.
Detalle del Retablo de la Virgen (o de San Antonio Abad). Lo que hace suponer que fue alguna vez dedicado a la Virgen es la presencia de tres medallones en talla del retablo con símbolos marianos, como, en este caso una fuente.

Finalmente, también cabe señalar que las rejas del coro alto son presuntamente originales y, más aún, el arco que cierra este coro tiene un trabajo labrado en cantera que también es extraordinario y que, por los florones da la impresión de que ya hay influencias neoclásicas en la Enseñanza. He encontrado que este arco que da la apariencia de tres es una suerte de firma del arquitecto Francisco Guerrero y Torres.

Coro alto y entrada. Foto: JILG, 2013

La Enseñanza es, a mi gusto y por mucho, uno de los mejores sitios que hay no sólo en el Centro Histórico de la Ciudad de México, sino en toda la Ciudad. Llama la atención que a diferencia de otros templos como Loreto, Santa Catarina o la Santísima Trinidad, luce perfectamente prolijo. En esos otros templos, el paso de los siglos es evidente. Y en la Enseñanza también, pero esa buena limpieza, pintura y mantenimiento de los retablos, acompañado de su barroquismo, hace más complicado hallar esos descuidos e inevitables pérdidas que sólo el tiempo es responsable de erosionar.



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