sábado, 17 de agosto de 2013

Puebla de los Ángeles: introducción a una serie

Puebla: azulejos, ladrillos, balcones.
Foto: JILG, 2013.

Me fui a Puebla, la ciudad, la que el catecismo civil llama "Heroica Puebla de Zaragoza" para distinguirla de la entidad homónima de la que es capital. Propia y concretamente: no fui a la ciudad actual de Puebla en general, sino que me limité a lo que llaman en otros países de habla hispana el "casco antiguo" o, en el oficialismo mexicano el centro "histórico". No iba buscando la Angelópolis y ruedas de la fortuna, iba buscando los restos y continuidades de una Puebla de 500 años.

Desde pequeño, Puebla para mí era una ciudad que pertenecía a otra generación. Ya no sabía si eran familia o amigos, pero sabía que gente relacionada con mis abuelos que vivía allá era la razón por la que a veces era llevado a comer a un departamento con una gran vista en la que el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl se veían al revés y más cerca que como yo los veo desde la Ciudad de México. Pero no había más: en Puebla sólo había iglesias, mole, dulces que no estaban de moda y azulejos. Puebla era una ciudad que, en mi mundo infantil, no podía interesar más que a los nacidos antes de 1940.

Popocatépetl e Iztaccíhuatl vistos desde el valle de Puebla.
Foto: JILG, 2013
Años pasaron. Clases de historia pasaron. Intereses pasaron. Amistades poblanas también. Una mañana descubrí que sólo sabía que en Puebla había iglesias, mole, dulces que no estaban de moda, azulejos y que los volcanes se veían al revés y que todo ese testimonio material y sus continuidades culturales de una larga historia que tanto me había llegado a apasionar en las clases y lecturas de historia, estaba ahí. Puebla, la ciudad más española de las ciudades novohispanas y en una de las regiones más densamente pobladas de señoríos mesoamericanos luchando por su supervivencia, adaptación y forzada incorporación al nuevo imperio. De pronto, me empezó a llamar la atención el ladrillo rojo del que se rodeaban esos mosaicos, la argamasa que decoraba las fachadas, la cantera y el estuco trabajado por manos indias. Capillas, conventos, iglesias, catedrales, palacetes, templos cristianos sobre templos cholultecas presididos por cruces labradas en piedra decorada con relieves de flores y ángeles. Santitos, devociones, comidas y fiestas. Mayordomías, colonias italianas y mestizajes.

Fuente del Paseo Bravo. Por sí misma es todo un homenaje a la ciudad, salvo
convenientemente rescata mucho sus elementos barrocos, pero ignora cómo
en el siglo XIX muchos de estos magníficos rasgos fueron arrasados por la
corriente neoclásica. En talavera, del lado derecho, se ve un jarrón con azucenas,
símbolo de la Inmaculada Concepción (pdf), quien fue, desde su fundación,
patrona de la diócesis de Puebla. Foto: JILG 2013.
Y con la excusa de la cercanía a la Ciudad de México, hace poco más de un lustro armé mi primera excursión de ida y vuelta a conocer los indispensables: un vistazo a la Catedral, a la Biblioteca Palafoxiana, a la Capilla del Rosario, al templo de San Francisco, al de la Compañía de Jesús, comer mole, tomar una pasita, tomar una cerveza en el barrio del Artista, curiosear en el Parián y comprar dulces en la 6 Oriente antes de volver. Todo en ocho horas. Pasar lista. Difícilmente esto puede resultar en una experiencia satisfactoria, pero al menos sí es útil como un ejercicio exploratorio: ver si vale la pena volver. La sentencia fue definitivamente a favor: habría que volver y hacerlo todo con mucha más calma. En otras excursiones posteriores, pude revisitar con más calma esos lugares, conocer más barrios de la ciudad y otros sitios en los alrededores: la pirámide y sitio arqueológico de Cholula, los extraordinarios e indispensables templos de San Francisco Acatepec y Santa María Tonantzintla y más.

A la izquierda, la probablemente mejor fachada de lo que llaman "barroco talaveresco". San Francisco Acatepec es un pequeño pueblo cerca de las ciudades de Puebla y Cholula, donde se conserva este magnífico templo que, según cuentan, fue terminado de decorar en 1750. Su interior, sin embargo, fue arrasado por un fuego en 1941, por lo que mucho de su detalle en los recargados acabados barrocos propios de la zona, fue reconstruido. A la derecha, a unos pocos kilómetros de Acatepec y dentro del municipio de San Andrés Cholula, una pobre foto clandestina (los mayordomos de Santa María no permiten tomar fotografías para que les compres sus postales oficiales) del interior del extraordinario templo de Santa María Tonantzintla que, a mi gusto es todavía una más interesante muestra del interiorismo barroco del siglo XVIII poblano que la propia Capilla del Rosario. Y es que en Tonantzintla más que el oro, predominan los colores y una estética que algunos llaman "barroco indígena" o bien "arte tequitqui". La experiencia dentro del templo es extraordinaria.  Fotos: julio 2011, JILG.
Mi sensación era que Puebla y sus alrededores estaban repletos de curiosidades y puntos de interés estéticos e históricos, además de los gastronómicos, pero que el paseo por las calles del centro era tan insoportable como el de muchos centros urbanos de las principales ciudades del país: ruido, un comercio desbordado que hace de cualquier paseo una carrera de obstáculos, amplificadores con música a un volumen intolerable para... no sé, ¿atraer? clientela, humo de camiones, olor a caño y a basura. "Mientras estés dentro de la Capilla del Rosario", decía en ese entonces, "estás bien".

Hace algunos pocos años, en una visita de trabajo, un martes, al terminar la agenda del día, hice un paseo nocturno por el centro. Recorrí su sistema de calles numerados en pares y nones, sures y nortes, orientes y ponientes sin nunca lograr que esto me facilitara más la orientación que confundirme. Los Sapos, Analco, el Paseo de San Francisco y su Centro de Convenciones. Sin ruido, sin camiones, sin basura... Juré que volvería a continuar conociendo ese intrigante casco antiguo que a pesar de las semejanzas con otras ciudades coloniales, ciertamente y, como todas, es única. No hay rigor para decir esto, pero ahí siento el aire más frío, el azul del cielo y el verde de las plantas más oscuro, un ambiente propicio para que una arquitectura de talavera, ladrillo y blanca argamasa dé una luminosidad más contrastada, más intensa.

En la esquina superior izquierda, el callejón de los Sapos, en el barrio del mismo nombre en el sureste del Centro, donde hay un gran número de mueblerías, restaurantes y bares. En la superior derecha, el Palacio de Gobierno Municipal (notablemente, el gobierno del Estado no tiene presencia en el Zócalo poblano). En la inferior izquierda, la Casa del Alfeñique y en la derecha una calle del barrio de Analco, al oriente del Centro y que formaba parte de un barrio indío suburbano. Fotos: JILG 2011 y 2013
Así, que, en un renovado interés por la vida cotidiana de la Nueva España, en el que me he acompañado de diferentes lecturas, paseos e investigaciones sobre barrios, conventos, edificios y urbes enteras del centro del país, decidí volver a Puebla con una agenda muy particular: arquitectura religiosa. Me propuse visitar y cada templo y convento dedicado al culto religioso que quedara en pie. Por supuesto, hubo algunas omisiones que, por desconocimiento, falta de coincidencia o por no encontrarlos abiertos, no pudieron ser visitados en esta ocasión. Por lo pronto, quisiera arrancar una serie de entradas -semi independientes entre sí- llenas de fotografías relacionadas con esta visita a Puebla.

-EL DISCLEIMER-
Catedral Basílica de Puebla. Foto: JILG 2013
No soy un historiador, ni historiador del arte, ni arquitecto. No busco hacer "fichas" de cada edificio religioso, ni detenerme en exhaustivas descripciones de obras pictóricas, escultóricas o arquitectónicas. De hecho, existe una magnífica guía del patrimonio religioso poblano cuya calidad y profundidad jamás he visto en ninguna otra guía de esa y de otras ciudades de México, incluida, por supuesto, la Ciudad de México. Eso no quiere decir que no quiera tener cuidado en un correcto uso de los términos precisos y apropiados por lo que se aceptan agradecidamente observaciones de lectores avezados en estos temas. Tampoco pretendo hacer propiamente una guía de turismo, pero sí que contar esta vista, más como testimonio que como orientación, pueda ser útil a quien se le despierte alguna curiosidad similar. Pretendo compartir, pues, mi experiencia de ver, pasear, fotografiar, apreciar, preguntar e investigar. No tuve acceso privilegiado a ninguna parte (a pesar de solicitar constantemente, sobre todo, acceso a los coros de las iglesias donde siempre obtuve negativas). Fui un simple turista, con una cámara Coolpix y de un teléfono que decidió buscar en templos e iglesias cosas de ayer y devociones de hoy que me despertaran la curiosidad, admiración, comparación y ganas de leer más, investigar más, admirar más, caminar más.


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