Capilla del Cirineo. Antiguas ermitas franciscanas del Via Crucis al oriente del casco antiguo de Puebla. Foto: JILG, 2013 |
La Iglesia llega a América con un santoral determinado: que si una hija asesinada por su padre en Constantinopla, que si un obispo italiano de la Antigüedad, que si una escritora mística medieval y hasta un checo defensor de la protección de datos en el siglo XIV. Sumados, claro, a una docena de santos españoles y los patrones del clero regular. Estatuas, pinturas y hasta objetos simbólicos e iconográficos se reparten por doquier. Sobre esta cargada devocional, ocurren dos momentos interesantes: el primero cuando la devoción propuesta por la Iglesia para un templo es rechazada e ignorada, pero sustituida, como en el notable caso de San Hipólito en la Ciudad de México, al que de este santo le queda solo la toponimia y un nicho de piedra en su fachada. San Hipólito es hoy, por aclamación popular, el santuario capital de San Judas Tadeo en México.
El segundo momento y que es motivo parcial de esta entrada es cuando la figurita del santo, virgen o el cristo se escinden de su representado y cobran vida propia. Los fieles requieren depositar lo sagrado en una cosa concreta y cercana, no en la idea de una lejana mujer europea usando un santo prepucio como anillo de compromiso. Así, desde la llegada del cristianismo a América, brotan por doquier becerros de oro (más bien de caña de maíz) que la Iglesia misma patrocina e incentiva. Se requiere del milagro palpable.
Vírgenes que lloran sangre, retratos que se salvaron de terremotos e incendios, figuras a las que se les atribuye el fin de una inundación o, más aún, la suerte de salvar un naufragio. Ejemplos sobran. Hoy en la Ciudad de México se adora a un Señor de los Trabajos en el templo de San Lorenzo, a un Señor de los Rebozos en Santo Domingo, a un Niño Mueve Corazones en el templo de Loreto... ¡Y tantos más y en tantos lados! En virtualmente cualquier capilla de la Catedral Metropolitana la estrella devocional ya no se corresponde con el patrono o patrona a la que fue dedicada, sino a una figurita secundaria que atrae todos los reflectores.
En esta ocasión, y a propósito de una visita reciente al centro de esa ciudad, me detengo aquí a observar tres devociones locales de Puebla (remarcando que se trata de las que hay en el centro de la ciudad, pues existen más en otras partes de la urbe y aún más en sus alrededores). En los tres casos se trata de veneraciones de corte local que surgieron durante la era colonial y que se mantienen ostensiblemente vigentes.
I. Sebastián de Aparicio: un santo local con momia incluida.
Fachada del templo del ex convento de San Francisco. Foto: JILG, 2013 |
Aparicio fue, antes que cualquier cosa, un hombre popular. Famoso en Puebla por su don de apaciguar animales salvajes, célebre en México por su contribución a la infraestructura de caminos, odiado por sus mujeres a quienes se dice que maltrataba, querido en Azcapotzalco por sus constantes obras piadosas y, sobre todo, atesorado nuevamente en Puebla cuando, como hermano mendicante, se convirtió en un personaje de la ciudad al ser un invitado frecuente en las casas de nobles y vecinos. Aparicio santificó su popularidad en sus últimos 30 años de vida. Ragon cita fuentes en las que dice que aún en vida repartía objetos personales (como rosarios y su cordón) para usarlos como reliquias, es decir, como objetos con poderes curativos al frotarlos con el cuerpo enfermo. En consecuencia, tan pronto murió, Aparicio se convirtió en uno de los cadávares más cotizados de toda la región. Cuenta Ragon que en un lapso de 30 años, se reportaban más de 130 casos de curas milagrosas utilizando reliquias (dedos, pelos, pedazos de su ropa, rosarios que tuvo junto a su cuerpo, su cordón, pedazos de piel).
Capilla del Beato. Las pinturas de los muros narran su vida. Foto: JILG, 2013 |
La beatificación esperó casi 200 años, lográndola en 1789. La canonización sigue a la espera. Ante el temor de la impermanencia de lo sobrenatural, se trataron los restos de su cuerpo con cera, para garantizar su conservación momificada, aunque esto no consta oficialmente. El paso del tiempo terminó el uso de sus reliquias que, con el tiempo, fueron perdiéndose o almacenándose en diferentes catedrales y relicarios dentro y fuera del país (en este blog se reproduce un texto que describe la fiesta que fue la llegada de un pedazo de la piel del pecho a la Catedral de Guadalajara en 1791). Sin embargo, hoy en día, contigua a la capilla, existe una tienda de artículos devocionales relacionados con el Beato.
Devotos o turistas, no lo sé tomando foto al beato. Foto: JILG, 2013 |
II. El Señor de las Maravillas: devociones inexplicables
Entrada al templo del ex convento de Santa Mónica. Los puestos del exterior están especializados en la venta de productos relacionados con el Señor de las Maravillas. Foto: JILG, 2013 |
No es un santo local. Es la figura de un cristo representando una de sus tres caídas ocurridas en el relato/oración del Vìa Crucis. En este caso, no encuentro fuentes que me parezcan lo suficientemente serias en notas de periódicos o en las láminas explicativas dentro del templo, así como en las estampas a la venta afuera del templo. En todos los casos se coincide que es una figura tallada en el siglo XVIII (aunque encontré quien dijera que en el XVII) que, se dice a manera de leyenda, fue tallada de un árbol al que le cayó un rayo, a unas pocas cuadras del convento.
El Señor de las Maravillas. Una mañana cualquiera en un día y hora hábil, sin día de fiesta, en el templo de Santa Mónica. Foto: JILG, 2013 |
Al escuchar o leer las diferentes variantes de su historia, no me quedan más que intrigas sobre qué es lo que pudo haber llevado a esta imagen a ser tan venerada. Y es que el relato no lleva consigo milagros grandilocuentes. Se trata de una mujer, celada por su marido, que iba a visitar y llevarle comida a un amante preso en una cárcel que se encontraba frente al Convento. El marido, sospechando y con intenciones de matarla, la siguió una vez y, frente la cárcel la sorprendió, preguntándole que qué llevaba en la canasta y ella respondió: "maravillas al Señor de las Caídas" o "de los Laureles" (presuntos nombres originales de aquella imagen) y milagrosamente aparecieron en el cesto flores que le dieron credibilidad a su historia y salvó su vida (Encuentro una referencia a un relato de esta historia y la fecha de 1891 en un libro del periodista Enrique Rivas). Eso es todo. Es decir, me resulta sospechoso que el relato sea razón suficiente para explicar la intensa devoción a la imagen a la que ya se le atribuyen numerosos milagros. Sólo que si hay algo más, lo desconozco. Una devota se limitó a decirme que lo que pasa es que "es muy milagroso" y me rehuyó la plática.
En todo caso, para mí el Señor de las Maravillas queda más como del Misterio que es digno de realizarle un estudio que revele las causas de su intensa devoción. Lo cierto es que su leyenda está lejos de menguar. Al contrario, si su historia originaria me parece débil, ahora está más fortalecida y revitalizada que nunca. La noche del 1 de enero de este año se registró un incendio en el templo de Santa Mónica, justo en la parte en la que se encontraba ubicado el Señor de las Maravillas (hacia el coro que está clausurado por el Museo de Arte Virreinal que comparte un fragmento del templo). Fueron dañadas dos pinturas y otros artículos de arte sacro, pero el Cristo salió ileso, en lo que muchos fieles considerarán un milagro más.
III. El Niño Cieguito: ¿dónde está el auténtico?
Fachada del Templo de San Joaquín y Santa Ana, también referido como el templo del "Santo Niño Cieguito" |
A pesar de que el de las capuchinas aparece como su templo capital, el Niño Cieguito también se venera y con gran intensidad en el templo de San Cosme y San Damián de la orden de la Merced, también en el centro de Puebla, donde, de hecho y según el relato llegó originalmente la figura desde Morelia/Valladolid. El texto de Ordóñez acusa que la imagen que se exhibe públicamente en San Joaquín y Santa Ana es una réplica de la original, por lo que la de la Merced podría ser su original mostrada sólo en días de fiesta. En una visita que hice al templo mercedario a tan sólo cinco días después de la fiesta del Niño Cieguito del 10 de agosto, coincidió con una misa en la que, al final, se hizo una fila en la que la gente pasó a hacer reverencias y genuflexiones a una imagen del Niño Cieguito, probablemente como parte de una novena. En su momento me confundió, pues yo ya tenía aprendido que su devoción era en el templo capuchino. Al estar ligados ambos templos en la historia del Niño Cieguito, ahora sospecho que en la Merced pudiera estarse venerando la imagen original u otra réplica. Más preguntas por resolver.
El Santo Niño Cieguito. Lo que lleva en su mano izquierda son justamente un par de ojos enmarcados |
Niño Cieguito del templo de San Joaquín y Santa Ana lleno de regalos cinco días después de su fiesta del 10 de agosto. Foto: JILG, 2013 |
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