miércoles, 21 de agosto de 2013

Tres devociones del centro de Puebla

Capilla del Cirineo. Antiguas ermitas franciscanas del Via Crucis al oriente del casco antiguo de Puebla. Foto: JILG, 2013

La Iglesia llega a América con un santoral determinado: que si una hija asesinada por su padre en Constantinopla, que si un obispo italiano de la Antigüedad, que si una escritora mística medieval y hasta un checo defensor de la protección de datos en el siglo XIV. Sumados, claro, a una docena de santos españoles y los patrones del clero regular. Estatuas, pinturas y hasta objetos simbólicos e iconográficos se reparten por doquier. Sobre esta cargada devocional, ocurren dos momentos interesantes: el primero cuando la devoción propuesta por la Iglesia para un templo es rechazada e ignorada, pero sustituida, como en el notable caso de San Hipólito en la Ciudad de México, al que de este santo le queda solo la toponimia y un nicho de piedra en su fachada. San Hipólito es hoy, por aclamación popular, el santuario capital de San Judas Tadeo en México.

El segundo momento y que es motivo parcial de esta entrada es cuando la figurita del santo, virgen o el cristo se escinden de su representado y cobran vida propia. Los fieles requieren depositar lo sagrado en una cosa concreta y cercana, no en la idea de una lejana mujer europea usando un santo prepucio como anillo de compromiso. Así, desde la llegada del cristianismo a América, brotan por doquier becerros de oro (más bien de caña de maíz) que la Iglesia misma patrocina e incentiva. Se requiere del milagro palpable.

Vírgenes que lloran sangre, retratos que se salvaron de terremotos e incendios, figuras a las que se les atribuye el fin de una inundación o, más aún, la suerte de salvar un naufragio. Ejemplos sobran. Hoy en la Ciudad de México se adora a un Señor de los Trabajos en el templo de San Lorenzo, a un Señor de los Rebozos en Santo Domingo, a un Niño Mueve Corazones en el templo de Loreto... ¡Y tantos más y en tantos lados! En virtualmente cualquier capilla de la Catedral Metropolitana la estrella devocional ya no se corresponde con el patrono o patrona a la que fue dedicada, sino a una figurita secundaria que atrae todos los reflectores.

En esta ocasión, y a propósito de una visita reciente al centro de esa ciudad, me detengo aquí a observar tres devociones locales de Puebla (remarcando que se trata de las que hay en el centro de la ciudad, pues existen más en otras partes de la urbe y aún más en sus alrededores). En los tres casos se trata de veneraciones de corte local que surgieron durante la era colonial y que se mantienen ostensiblemente vigentes.


I. Sebastián de Aparicio: un santo local con momia incluida.


Fachada del templo del ex convento de San Francisco.
Foto: JILG, 2013

Es uno de los mejores templos de la ciudad. Y de los más interesantes. Es lo que queda del ex convento de San Francisco. Por sí mismo y junto con otros monumentos franciscanos de la región, le dedicaré otra entrada en otro momento. Sin embargo, vale aquí la pena mencionar que si bien no es el más antiguo (lo sería el de Huejotzingo), sí es el que rápidamente, al fundarse la ciudad de Puebla, se convirtió en capital de la evangelización en la región. Salvo en fines de semana, la inmensa nave principal del templo luce casi vacía: toda la acción está en una gran capilla anexa a un costado del altar principal que, por sí misma pareciera un templo aparte. La capilla originalmente fue dedicada a una imagen de la Virgen María considerada protectora de la primera generación de conquistadores de Mesoamérica pues la traía consigo Hernán Cortés. A sus pies, en el atar principal, se encuentra el cuerpo incorrupto del Beato Sebastián de Aparicio.  No vale mucho la pena entrar en detalles en la vida del Beato, pues cuenta con varias biografías (una de ellas, la contada por los mismos franciscanos aquí y una mucho más interesante hecha por el historiador francés Pierre Ragon aquí (pdf) donde indaga sobre las posibles razones de la aclamación popular que pide su título de santidad, el cauce de su beatificación y las resistencias de la Iglesia a concederla). De hecho, la capilla entera cuenta su historia a través de pinturas con textos donde se narran momentos célebres de su vida. Vale la pena echar un vistazo a esa catequizante y enternecedora biografía. Pero aquí baste decir que fue un inicialmente un campesino de origen gallego (es venerado allá también) que tras mucha lucha llegó a probar suertes a  México en la década de 1530, es decir, no arriba como evangelizador, sino como emprendedor. Y, quizá lo milagroso en su vida haya sido su longevidad: vivió prácticamente todo el siglo XVI, sobreviviendo pestes y largos viajes, muriendo en 1600 con 98 años.

El cuerpo de Sebastián de Aparicio, en la suntuosa vitrina que es coronada por la ahora llamada "Virgen Conquistadora".  Los fieles depositan su fe en que el cuerpo se mantiene en esas condiciones sin intervención humana alguna aunque ostensiblemente la cara ha sido recubierta de cera. Foto: JILG, 2013
Aparicio sería el primero en replantear el tema de la movilidad en la transformación mesoamericana. Con la introducción de ganado, se dice que fue el primero en poner un negocio de carretas a manera de transporte público rodado. También fue encargado de abrir caminos hacia las nuevas ciudades mineras del norte. Su éxito fue tal que llegó a ser hacendado, teniendo sus tierras en lo que después fue llamada la Hacienda del Rosario (Azcapotzalco-Tlalnepantla). Para coronar su vida se unió a los franciscanos como hermano lego a sus 70 años.

Aparicio fue, antes que cualquier cosa, un hombre popular. Famoso en Puebla por su don de apaciguar animales salvajes, célebre en México por su contribución a la infraestructura de caminos, odiado por sus mujeres a quienes se dice que maltrataba, querido en Azcapotzalco por sus constantes obras piadosas y, sobre todo, atesorado nuevamente en Puebla cuando, como hermano mendicante, se convirtió en un personaje de la ciudad al ser un invitado frecuente en las casas de nobles y vecinos. Aparicio santificó su popularidad en sus últimos 30 años de vida. Ragon cita fuentes en las que dice que aún en vida repartía objetos personales (como rosarios y su cordón) para usarlos como reliquias, es decir, como objetos con poderes curativos al frotarlos con el cuerpo enfermo. En consecuencia, tan pronto murió, Aparicio se convirtió en uno de los cadávares más cotizados de toda la región. Cuenta Ragon que en un lapso de 30 años, se reportaban más de 130 casos de curas milagrosas utilizando reliquias (dedos, pelos, pedazos de su ropa, rosarios que tuvo junto a su cuerpo, su cordón, pedazos de piel).

Capilla del Beato. Las pinturas de los muros narran su
vida. Foto: JILG, 2013
La Iglesia estaba renuente a sentar como vidas ejemplares las de aquellos novohispanos que no hubieran tenido una intachable vida cristiana. Aparicio, como hacendado que amasó cierta fortuna y que no estuvo exento de riñas y problemas de faldas, no era el mejor candidato. De ahí que la reaparición de su cadáver, rosadito, con el que en ese entonces llamaban "olor a santidad" y la creciente lista de testigos de milagros le hizo imposible ignorarlo. Los novohispanos querían un santo y lo adorarían como tal, lo aprobara o no la Iglesia. Más tarde, además, se usaría la devoción a Aparicio para bendecir toda carreta, coche y auto nuevo no sólo en Puebla, sino en el centro del país. Sebastián de Aparicio, por su fama de carretero en vida, se convirtió así en el cuasi-santo patrono de los choferes y conductores de vehículos.

La beatificación esperó casi 200 años, lográndola en 1789. La canonización sigue a la espera. Ante el temor de la impermanencia de lo sobrenatural, se trataron los restos de su cuerpo con cera, para garantizar su conservación momificada, aunque esto no consta oficialmente. El paso del tiempo terminó el uso de sus reliquias que, con el tiempo, fueron perdiéndose o almacenándose en diferentes catedrales y relicarios dentro y fuera del país (en este blog se reproduce un texto que describe la fiesta que fue la llegada de un pedazo de la piel del pecho a la Catedral de Guadalajara en 1791). Sin embargo, hoy en día, contigua a la capilla, existe una tienda de artículos devocionales relacionados con el Beato.

Devotos o turistas, no lo sé tomando foto al beato.
Foto: JILG, 2013
A 400 años de su muerte, Aparicio sigue siendo propiamente un santo por aclamación popular. Hoy ya no sé si es su espíritu aventurero, su contribución al surgimiento del modelo colonial, su atractiva personalidad cuando era mendicante o si toda la devoción se debe ya solamente a su cuerpo momificado. Es una momia nuestra. Su cuerpo incorrupto recuerda una historia local, aunque esta ya no se recuerde o signifique nada más allá que la noción de que hay un patrimonio propio. Su tétrica exhibición habla de una Iglesia que no sólo importó santitos, sino que sus fieles quisieron que echara raíces... a pesar de ella misma. No es una historia de la Antigüedad, de Alejandría, de Praga o de Bari. Es la historia de un popular hombre relacionado con la fundación de una ciudad novohispana... y que hay quienes necesitan santos... y cercanos.


II. El Señor de las Maravillas: devociones inexplicables

Entrada al templo del ex convento de Santa Mónica. Los puestos del exterior
están especializados en la venta de productos relacionados con el Señor de
las Maravillas. Foto: JILG, 2013
Era el Convento de Santa Mónica, uno de los más interesantes de todo Puebla por desafiar las Leyes de Reforma que exclaustraron a casi todas las congregaciones religiosas del país en la segunda mitad del siglo XIX. Le dedicaré una mejor entrada al convento en otro momento. Por lo pronto, bastaba decir esa introducción para señalar que hoy, su relación con las devociones agustinas es mínima. La estrella del templo es posiblemente la más popular de todas las veneraciones de Puebla: el Señor de las Maravillas. La señalética turística del centro de Puebla lo indica explícitamente "Señor de las Maravillas ->" en dirección a la esquina de 5 de mayo y 18 Poniente. No tengo datos concretos, pero frecuentemente se insiste en que es la devoción más visitada de Puebla, para la que acuden en peregrinación de diferentes partes del estado y la ciudad en Viernes Santo (pues forma parte de la procesión del Via Crucis callejero rezado ese día) y el 1 de julio que fue designada como su fiesta oficial. Debe serlo: acudí al templo un jueves cualquiera por la mañana y el flujo de personas dentro y fuera del templo era muy superior a cualquiera otro que yo hubiera visto en la ciudad -con la excepción, desde luego, de la Catedral-. Además, afuera del templo había tres carritos de venta de artículos relacionados con este Señor de las Maravillas.

No es un santo local. Es la figura de un cristo representando una de sus tres caídas ocurridas en el relato/oración del Vìa Crucis. En este caso, no encuentro fuentes que me parezcan lo suficientemente serias en notas de periódicos o en las láminas explicativas dentro del templo, así como en las estampas a la venta afuera del templo. En todos los casos se coincide que es una figura tallada en el siglo XVIII (aunque encontré quien dijera que en el XVII) que, se dice a manera de leyenda, fue tallada de un árbol al que le cayó un rayo, a unas pocas cuadras del convento.

El Señor de las Maravillas. Una mañana cualquiera en un día y hora hábil, sin día de fiesta, en el templo de Santa Mónica.
Foto: JILG, 2013

Al escuchar o leer las diferentes variantes de su historia, no me quedan más que intrigas sobre qué es lo que pudo haber llevado a esta imagen a ser tan venerada. Y es que el relato no lleva consigo milagros grandilocuentes. Se trata de una mujer, celada por su marido, que iba a visitar y llevarle comida a un amante preso en una cárcel que se encontraba frente al Convento. El marido, sospechando y con intenciones de matarla, la siguió una vez y, frente la cárcel la sorprendió, preguntándole que qué llevaba en la canasta y ella respondió: "maravillas al Señor de las Caídas" o "de los Laureles" (presuntos nombres originales de aquella imagen) y milagrosamente aparecieron en el cesto flores que le dieron credibilidad a su historia y salvó su vida (Encuentro una referencia a un relato de esta historia y la fecha de 1891 en un libro del periodista Enrique Rivas). Eso es todo. Es decir, me resulta sospechoso que el relato sea razón suficiente para explicar la intensa devoción a la imagen a la que ya se le atribuyen numerosos milagros. Sólo que si hay algo más, lo desconozco. Una devota se limitó a decirme que lo que pasa es que "es muy milagroso" y me rehuyó la plática.

En todo caso, para mí el Señor de las Maravillas queda más como del Misterio que es digno de realizarle un estudio que revele las causas de su intensa devoción. Lo cierto es que su leyenda está lejos de menguar. Al contrario, si su historia originaria me parece débil, ahora está más fortalecida y revitalizada que nunca. La noche del 1 de enero de este año se registró un incendio en el templo de Santa Mónica, justo en la parte en la que se encontraba ubicado el Señor de las Maravillas (hacia el coro que está clausurado por el Museo de Arte Virreinal que comparte un fragmento del templo). Fueron dañadas dos pinturas y otros artículos de arte sacro, pero el Cristo salió ileso, en lo que muchos fieles considerarán un milagro más.


III. El Niño Cieguito: ¿dónde está el auténtico?

Fachada del Templo de San Joaquín y Santa Ana, también
referido como el templo del "Santo Niño Cieguito"
En la Av. 16 de septiembre se encuentra el templo de San Joaquín y Santa Ana, como residuo de lo que fue el convento de las Capuchinas, en Puebla. La leyenda contiene diferentes variaciones de que en 1744 en el convento mercedario de Morelia un ladrón quiso robar toda la joyería del templo, ante lo que el niño en brazos de la estatua de la Virgen de las Merced comenzó a llorar. Cuando el ladrón quiso taparle la boca, le mordió y comenzó a llorar sangre. El ladrón no pudo con la escena y le arrancó los ojos. La placa del templo de las capuchinas en cambio señala que el niño fue robado y tenía esmeraldas por ojos, la sangre brotó cuando los ladrones quisieron arrancárselos. En todo caso, por razones inexplicables, se dice que los hermanos mercedarios de Valladolid/Morelia decidieron enviar la figura del niño a sus iguales en Puebla y éstos, a su vez, dieron la estatuilla a las monjas capuchinas para que lo tuvieran a culto. La que parece la mejor referencia y relato al respecto la encontré aquí pero carece de fuentes y no sabemos si esos datos los consiguió preguntando o revisando archivos o se los inventó.

A pesar de que el de las capuchinas aparece como su templo capital, el Niño Cieguito también se venera y con gran intensidad en el templo de San Cosme y San Damián de la orden de la Merced, también en el centro de Puebla, donde, de hecho y según el relato llegó originalmente la figura desde Morelia/Valladolid. El texto de Ordóñez acusa que la imagen que se exhibe públicamente en San Joaquín y Santa Ana es una réplica de la original, por lo que la de la Merced podría ser su original mostrada sólo en días de fiesta. En una visita que hice al templo mercedario a tan sólo cinco días después de la fiesta del Niño Cieguito del 10 de agosto, coincidió con una misa en la que, al final, se hizo una fila en la que la gente pasó a hacer reverencias y genuflexiones a una imagen del Niño Cieguito, probablemente como parte de una novena. En su momento me confundió, pues yo ya tenía aprendido que su devoción era en el templo capuchino. Al estar ligados ambos templos en la historia del Niño Cieguito, ahora sospecho que en la Merced pudiera estarse venerando la imagen original u otra réplica. Más preguntas por resolver.

El Santo Niño Cieguito. Lo que lleva en su mano izquierda son justamente un par de ojos enmarcados 

Niño Cieguito del templo de San Joaquín y Santa Ana
lleno de regalos cinco días después de su fiesta del 10
 de agosto. Foto: JILG, 2013
En todo caso, el caso del Niño Cieguito tiene varios apuntes interesantes. El primero es el ya apuntado en la introducción de este texto: una imagen cobra vida propia y se escinde de su santidad representada. Es decir, deja de ser una representación de lo sagrado para convertirse en lo sagrado mismo. La devoción no es a Jesús, el hijo de Dios, sino a una imagen de un niño sin ojos y con gotas de sangre pintadas alrededor de las órbitas para el que hay un relato milagroso. Tal vez, como sugería al inicio de este texto y como con la devoción hacia Sebastián de Aparicio, se deba a la necesidad de referentes locales de lo sagrado con su necesaria materialidad. Sin embargo, en el caso del Niño Cieguito hay otro elemento interesante: la idea de que tiene réplicas en dos templos de la ciudad. ¡El relato supera así la materialidad de la devoción! Así como ocurre con cualquier santo de la Iglesia que cuenta don diferentes representaciones iconográficas, el Niño Cieguito ya es un santo en este sentido, en el que ya no importa venerar la imagen que lloró sangré, sino que la invocación al relato mismo a través de réplicas puede ser lo suficientemente necesario para lograr un milagro o intercesión. La devoción al Niño Cieguito me parece la más interesante de las del centro de Puebla aderezado por ese componente macabro y sangriento que lo distingue de otras adoraciones a figuras famosas de Niño-Dios.


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