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Las calles de México de Luis González Obregón que allá en 1789, tuvo lugar en la calle de Donceles un multihomicidio de once personas a manos de tres ladrones que, tras ser detenidos, fueron ejecutados y sus manos fueron clavadas en la fachada de la casa que robaron. González Obregón recalca que los asesinatos fueron realizados con toda saña y crueldad... y que hasta un perico que había en la casa mataron. El móvil era el robo de las riquezas de la familia Dongo, cuyo jefe, don Joaquín Dongo, era una personalidad célebre en los últimos años del Virreinato. Dongo era hacendado que había participado como prior (titular) del Tribunal del Consulado, es decir, la corte especializada en temas comerciales y era, además, albacea de los bienes del virrey Antonio María de Bucareli y Ursúa que llevaba una década muerto para cuando la tragedia.
En todo caso, la historia me pareció terrible y me lancé a la que era llamada antes calle de los Cordobanes buscando restos de esta historia. La casa de la familia Dongo ya no existe. En su lugar, hoy el número 98 y antes el número 13 queda un no muy agraciado edificio.
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Actual edificación en el número 98 de Donceles, donde antiguamente se ubicó la casa de la familia Dongo y ocurrió el asesinato de 11 personas en 1789. Foto: JILG. |
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Placa de Donceles 98 alusiva al multihomicidio de 1789.
Foto: JILG, 2013 |
Distingo desde lo lejos una placa que alivia la angustia que me genera la desmemoria de cosas infames. Sin embargo, cuando me acerco a leerla quedo profundamente ofendido. "En esta casa fue asesinado Dn. Joaguin Dongo 1789". Nada más. Con él fueron asesinados un lacayo llamado José, un cochero Juan, un portero Juan Francisco, otro portero también llamado José, un indio correo del que González Obregón no nos da ni el primer nombre y que tuvo la desgracia de traer un mensaje desde la hacienda de Dongo ese día, a un Nicolás Lanuza, a una galopina, a una cocinera, a una lavandera y a una ama de llaves de las que tampoco nos da un solo nombre. Once personas. Un homicidio sanguinario, con un castigo ejemplar. Sólo la vida de Joaquín Dongo merece una cicatriz en el predio donde ocurrió la desgracia. Ni siquiera por el interés que pudiera generar la historia tal vez convertida en leyenda la placa es precisa. No lo sé, también observamos que en el relato de González Obregón, sólo dos hombres merecen nombre y apellido, los demás, con excepción de un indio, sólo su nombre de pila. Las mujeres sólo merecen ser recordadas por su profesión. Será sintomático de una sociedad antigua y de castas que sólo se tome en cuenta el nombre del señor de la casa... La cicatriz que está expuesta hoy en Donceles 98 es de algo más que de un homicidio y es un buen recordatorio de que hay vidas más valiosas que otras.
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