sábado, 16 de noviembre de 2013

Manual para pasar por la Puerta del Perdón de la Catedral

La Puerta del Perdón de la Catedral está abierta. Lo publicaron los periódicos, lo dijeron los cronistas. ¡Oportunidad única! ¡Vaya y pase por la Puerta Santa! Los enterados y los que pasaban por ahí no pierden oportunidad de ir para ver una puerta abierta, si acaso pasar por ahí y descubrir… nada. Disneylandia es más divertido aunque mucho más caro.

Ciertamente poco significa hoy en día que el gran portón central de la fachada principal de la Catedral Metropolitana esté abierto por unos cuantos meses. Recurrentemente se hace mención a que la importancia del acontecimiento se debe a su poca frecuencia. ¡Se abre cada 25 años! Bueno, esto es parcialmente cierto: se abre al menos cada 25 años. Ahora está abierta porque la Catedral recientemente decidió que 1813 fuera la fecha de “terminación” de sus obras, por lo que ahora celebra el bicentenario de ese acontecimiento. Sin embargo, la última vez que se abrieron estas puertas por un breve período fue para los funerales del Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, quien fue enterrado en la Catedral el 12 de abril de 2008. Antes que eso, la puerta fue abierta en 2000 siguiendo la tradición jubilar. Esto es, abrirla cada 25 años que es cuando la Iglesia Católica decreta un período de gracia en la que sus creyentes reciben una serie de beneficios espirituales a partir de ciertas acciones.

 En el mundo hispano, pasar por la “puerta jubilar” de una catedral es motivo de indulgencias –cierto, casi todas las catedrales hispanas tienen una, en México es también particularmente relevante la de Puebla-. Sin embargo, que la Puerta del Perdón mantenga la tradición de ser abierta ocasionalmente puede tener la capacidad de transportarnos al pensamiento moral y sobre todo judicial, de la extraña era barroca. Ahí está el detalle.

Hoy, en 2013, hay cinco niveles para cruzar la Puerta del Perdón de la Catedral. El primero es el inconsciente. Uno pasea por el centro, hay disponibilidad de tiempo y curiosidad y se topa con el templo capital de la ciudad con un letrero en su vano de acceso central que dice “Entrada”. Esa provocación es suficiente para buscarse un momento de sana paz espiritual o de crítica anticlerical. Listo, el caminante se llenó involuntariamente de indulgencias plenarias. Sus pecados fueron perdonados sin que él o ella lo sepan. Al próximo año, tal vez en un escenario similar, no llamará su atención que el portón esté ahora cerrado y entrará a repetir el rito por alguna de las puertas procesionales siempre abiertas.

El segundo nivel es el del ciudadano responsable y sensacionalista. Se trata de aquél que vio las noticias en el periódico, que atendió las advertencias de los cronistas. ¡Oportunidad única! ¡Vaya y pase por la Puerta Santa! El ciudadano planea un domingo por el Centro Histórico para hacer caso y pasar por la Puerta del Perdón. ¿Por qué? Porque está abierta, porque lo dijeron los periódicos, porque es una ¡oportunidad única! La siguiente semana dicen que hay un festival de luces, vamos. El gusto por la Ciudad de México requiere rendirle homenaje a las cosas viejas y más a las acciones viejas que persisten. Probablemente tras pasar por la Puerta del Perdón se echa un vistazo al dorado retablo del Altar del Perdón, con una visible y tosca restauración tras el incendio de 1968 y luego se pasea por las pocas capillas que pueden vislumbrarse porque el resto del templo está cerrado para visitas turísticas por los servicios ordinarios.

El tercer nivel es el del laico históricamente informado. En este caso, el paseante sabe que la apertura del portón central es un acto que persiste en el tiempo que si bien alguna vez tuvo una relevancia, hoy sólo implica una iluminación distinta al primer tramo de la Catedral. Pero vale la pena ir y recordar la existencia de esos tiempos crueles de la Inquisición, como dice la canción. En esas épocas coloniales, aquellos que cargaban algún castigo menor por parte del Santo Oficio, sanciones que implicaban exhibición y vergüenza pública, podían alcanzar el perdón si, en año jubilar, cruzaban la Puerta del Perdón y se entregaban a algunos ritos de purificación y redención. ¡Una barbarie!, dice el laico históricamente informado que a la vez critica al actual cardenal Norberto Rivera y se le ocurre que la Catedral pudiera servir mejor como biblioteca, sala de conciertos y un par de cafecitos en las capillas.

El cuarto nivel nos acerca a una dimensión más espiritual, pero aún inaccesible para todos los carentes de fe: este nivel es el del católico conservador contemporáneo. Posiblemente una  mayoría de los católicos tienen la gran facultad de omitir y obviar buena parte del catecismo y prácticas de la Iglesia Católica que no se corresponden con sus creencias y cotidianidades. A un buen número de ellos les tienen sin cuidado las fuentes de indulgencia o incluso las desconocen, pues encuentran la redención en su fuero interno, en el sacramento de la Reconciliación o bien en una comunicación con alguna efigie de su devoción particular. Pasar o no pasar por vanos catedralicios no da más. Sin embargo, siempre los hay más comprometidos y pendientes de la institución. Para muchos de estos católicos, que la Puerta del Perdón esté abierta exige ir a cruzarla como parte de un complejo programa de actividades en año jubilar o bien en ocasiones especiales como ésta.  

El último nivel se parece a los dos anteriores. Mantiene la espiritualidad de uno, pero el laicismo del otro. Es el menos frecuente y el que, en mi caso particular, luego de transitar por los cuatro niveles anteriores en diferentes momentos de mi vida, significa un culmen por el que vale la pena seguir abriendo esa condenada puerta. Elaboro.

Thomas Calvo, en su extraordinario ensayo[1] sobre la justicia y la relación entre soberanía y plebe en la Nueva España abre con una cita de Francisco de Quevedo sobre una ejecución en el siglo XVII que vale la pena reproducir aquí para fines similares:

“[Don Rodrigo Calderón] jueves, a 21 de octubre de 1621, salió de su casa con sesenta alguaciles de Corte, pregoneros y campanillas, y los cristos de los ajusticiados… Admiraron todos el valor y entereza suya, y cada movimiento que hizo le contaron por hazaña, porque murió no sólo con brío, sino con gala, y (si se puede decir) con desprecio… No apartó la cristiandad de la bizarría, ni la humildad de la entereza. ¡Oh, secretos de Dios! Que hasta la plaza se desquitó de su soberbia; pues quien siempre la despejaba para la muerte de un toro, aquel día la llenó de gente para que viese la suya… Confesó que se sentía muy flaco de cuerpo y alma, y luego oyendo la gente, dijo: “¿Esta es la afrenta? Esto es triunfo y gloria”. Y dio a entender que lo tuvo por tal; y así lo atestiguan los ojos que le vieron y le lloraron”[2]

Podemos describir las formas y procedimientos de la justicia en el México colonial. Sin embargo, cuesta un poco más de trabajo llegar al sentido de lo justo, a las implicaciones de las ideas de castigo y redención y a la estética muy particular que rodeó a todo un sistema espiritual, moral y judicial de la era barroca en el mundo hispano. Mucho de la construcción del México independiente consistió justamente en romper con esa mentalidad preñada de símbolos tan garigoleados como el retablo de Jerónimo de Balbás en la Capilla de los Reyes de la Catedral Metropolitana. Quevedo habla de un condenado a muerte con bravura, con valentía… El que va a morir lo hace con “triunfo y gloria”, como un cristo, como un toro en la fiesta brava. La redención está en el acto de la muerte más digna de toda: la del que con su muerte hecha espectáculo público restaura un daño. El personaje de Susan Sarandon en la película Dead Man Walking difícilmente podría inculcarle al de Sean Penn esta concepción de su condena a muerte.

La fiesta barroca era la procesión, era la mezcla de la culpa con el gozo, el permiso con la prohibición, la excepcionalidad contra la rutina. Sin embargo, la impartición de justicia, a veces civil a veces eclesiástica, pero siempre mezclada, era otra cosa. Es difícil expresarlo en términos contemporáneos y más desde una perspectiva –que sostengo- en la que se condena la pena de muerte y que las sanciones no deben tener otra finalidad que desincentivar conductas nocivas, pero en los tiempos barrocos el criminal no es apartado de la sociedad, sino que la redime con su castigo. Y hay una belleza particular en todo ello. Asistir a una ejecución pública es asistir al Calvario para llorar la muerte de Cristo al tiempo que celebrarla por lo que significa, es atestiguar una muerte “no solo con brío sino con gala y con desprecio”.
Altar del Perdón de noche.

Ahí entran las Puertas del Perdón. Si bien éstas no tenían el poder de salvar la vida de nadie, sí eran útiles para otro tipo de penas y sambenitos. Si en el cadalso se alcanzaba la redención mediante la gloria de una muerte escenificada e histriónica, el rito del año jubilar transfería esa gloria a la misericordia de un Dios administrado por la Iglesia que ofrecía pequeñas ventanas de oportunidad. El castigado debía acercarse a la Catedral, a la vista de todos, tal vez en una procesión junto con otros y entrar al templo que exuda incienso y calor por las velas. Ahí era recibido por el cabildo, en el Altar del Perdón, que inmediatamente daba instrucciones sobre oración, ayuno y penitencia que hacía válida la indulgencia recibida por la sagrada acción de transitar por ese arco de medio punto. El perdón era justo y también bello, por sagrado, tal vez de consenso social. El castigado merecía ser perdonado por la simple existencia de la gracia de Dios y si Él lo perdona, ¿quién es uno para seguir condenando? La excepcionalidad de esas puertas abiertas, que además son el acceso más importante y glorioso del principal templo de la ciudad dan un lugar y un momento sagrado a la acción de perdonar y redimir. Arquitectura, divinidad, sanción, magnificencia, gloria y eso, redención. Hoy no podríamos y tal vez no debemos verlo así.

Retablo de Covadonga en el templo de Santo Domingo. La
puerta en su base izquierda es la que conducía a la Capilla
del Rosario.
Basta agregar, además, que la Puerta Santa de la Catedral no era la única de la Ciudad de México con esas atribuciones. Había otra más, muy distinta al modelo hispano y quizá más misteriosa e intrigante. Era una que se encontraba en el templo del convento de Santo Domingo y le decían la “Puerta de Gracias”. Tenía que estar ahí, pues eran los dominicos quienes administraban el Santo Oficio en nuestras tierras y al ser ellos quienes imponían los castigos, tenían también la facultad de ofrecer algunas posibilidades para la redención. Hoy queda la Puerta de Gracias, pero ya no conduce a ningún lado. Ésta es la que se encuentra en la base izquierda del retablo de la Virgen de Covadonga en el brazo izquierdo del crucero del templo. En sus hojas están tallados en relieve San Francisco de Asís y San Antonio de Padua. La que por simetría le corresponde en el otro lado del retablo sólo tuvo fines estéticos. La Puerta de Gracias conducía, por un pasadizo, a la fastuosa capilla del Rosario del templo dominico, que desgraciadamente fue demolida cuando el anticlericalismo decidió que era mejor tener ahí ese remedo de callejón llamado Leandro Valle. No lo sé, a veces, hablando del valor de los símbolos, pienso que tal vez era sano y catártico darle tan tremendo golpe a la orden religiosa que administró de tal forma la dominación en el período colonial. No tener una capilla del Rosario, pero sí la puertita que conducía a ella tal vez sea el mejor recuerda. La Puerta de Gracias no la volveremos a ver abierta, pero la de la Catedral Metropolitana sí.

En suma, así es como vale la pena ir a la Catedral Metropolitana antes del 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, que tienen estimado cerrar la Puerta Santa. No se volverá a abrir sino hasta el año 2025, o bien antes si la ocasión lo amerita. Vale la pena ir, cerrar los ojos, imaginar un sistema donde no hay otra cosa que la fe católica como fuente de legitimidad de todo lo que rige a la sociedad. Y, a pesar de la repulsión que eso pudiera generar hoy en día, encararlo con una perspectiva humana. Encontrar la belleza que puede haber en la redención al convertirla en un acto sagrado. A veces, alcanzar la capacidad del perdón no requiere más que un acto tan simple y tan sencillo, que sólo en su valor simbólico llega a transformar las fibras necesarias lograrlo. A veces creo que del período barroco debemos rescatar esa capacidad de significar pasajes y momentos de la vida con símbolos tan sencillos como profundos. Vale la pena ir a la Catedral y cruzar la puerta bajo esta quinta categoría.



[1] Calvo, Thomas, “Soberano, plebe y cadalso bajo una misma luz en Nueva España”, en Pilar Gonzalbo Aizpuru (coord.) Historia de la vida cotidiana en México. Tomo III El siglo XVIII: entre tradición y cambio”.
[2] Quevedo y Villegas, Francisco de (1941), “Grandes anales de quince días”, en Obras completas.  Madrid: M. Aguilar Editor. Citado en op cit.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Asilo de fuentes estresadas: Salto del Agua

Arriba: la fuente original del Salto del Agua en la huerta del ex colegio de San Francisco Xavier de Tepotzotlán. Abajo: la réplica en el estresado cruce de Arcos de Belén y el Eje Central. Fotos: JILG.

Nunca vivió el estrés cotidiano al que está sometida su réplica. Sin embargo, la fuente original del Salto del Agua sufrió una erosión que nunca experimentó su hija: la del uso como surtidora de agua potable y la de haber testificado algunas de las obras viales que acabaron con ella. Muchas son las razones que pudieran tenerse para visitar el ex Colegio de San Francisco Xavier en Tepotzotlán, pero la de echar un vistazo a la ruinosa fuente con la que finalizaba el Acueducto de Chapultepec es una de las mejores. Ahí, en lo que fue la huerta conventual y que hoy es un jardín en perfectas condiciones, a la ruina pareciera habérsele construido un santuario de retiro espiritual. Como un homenaje colonial más de los que simboliza, la fuente de Salto del Agua, originalmente llamada de Belén, lleva el destino que el de muchas viudas de la nobleza novohispana: el recogimiento y la clausura, el ocaso de la vida en un convento. Muerto el acueducto, la viuda fuente se dio a sí misma como dote a uno de los más suntuosos y mejor conservados monasterios del Valle de México.

Hoy, en ese convulso punto en el que la terrible avenida de Arcos de Belén desemboca como una delta a la espantosa calle de Eje Central para reunificarse en una desangelada avenida José María Izazaga se encuentran frente a frente, pero divorciadas, la Capilla de la Purísima Concepción y una réplica de la fuente que Ignacio de Castera colocó en ese punto en 1779. Echar un vistazo a ambos vestigios exige paciencia para esperar la luz verde y tolerancia al ruido y el humo. Pero ahí están. Bien se pudo haber optado por mantener el espíritu de abrir aún más el espacio para los automóviles y derrocar trazas anticuadas. La resistencia de ambos monumentos en sitio tan adverso habla bien de la ciudad.
En la réplica de Guillermo Ruiz (abajo) se respetó la talla del escudo de la Ciudad
enmarcado en un águila con la corona de los Reyes Católicos. Tras la independencia,
dicen, este escudo fue erosionado intencionalmente de la fuente original. Fotos: JILG

Mucho se desechó. De las 61 fuentes que dotaban de agua a la Ciudad de México del siglo XVIII y parte del XIX, sólo quedan tres y reubicadas lejos de sus sitios originales -aunque la del Aguilita cuenta también con una réplica en su sitio original-. A la del Salto del Agua, a pesar de su maltrato valió la pena no sólo conservar la vieja y desgastada, sino colocar una réplica en su lugar. Un homenaje a quien ya era un homenaje.

Ignacio de Castera era un arquitecto neoclásico. Su generación representa el fin de más de una centuria de toda una forma de construir, ver, pensar y vivir en la colonia. Un repudio al dorado garigoleo con santitos. El a veces incomprensible y particular barroco novohispano se extinguió en cosa de unos 30 o 40 años. Castera fue uno de los últimos grandes "maestros mayores" de la Ciudad de México como capital de la Nueva España que, junto con los suyos, participó en la renovación de fachadas, retablos e infraestructuras. La iglesia de Loreto en el Centro Histórico, por ejemplo, muestra ya ese rompimiento total con el excesivo barroco. Sin embargo, aún en el espíritu vanguardista y de ruptura, Castera construyó una fuente barroca.

Dicen algunos que el sobrio barroquismo del Salto del Agua se debió a ser una de las obras tempranas de Castera o bien que forma parte de un momento de transición del barroco al neoclásico que el historiador Jorge Alberto Manrique bautizó como "barroco neóstilo". A mí me gusta pensar que Castera quiso dar un monumento representativo de la ciudad. Un símbolo. Así como hoy la fuente del Paseo Bravo de Puebla busca mostrar lo entrañable de esa ciudad al estar hecha de ladrillo rojo, talavera y cantera tallada en columnas estípites, la de Salto del Agua rindió homenaje al barroco y a la ciudad con un par de pilastras salomónicas, el escudo de la Ciudad de México y, coronada en su remate con una mujer española y otra indígena. El recién incorporado estilo neoclásico apenas se adivina en los trofeos que la adornan, similares a las que Manuel Tolsá obsesivamente colocó arriba de varios de sus edificios y remodelaciones. Me gusta pensar que siendo maestro mayor de un virrey tan ambicioso como lo fue Bucareli, la del Salto de Agua buscaba glorificar los sellos que identificaban a la Ciudad de México de ese entonces. Un Castera de hoy, tal vez haría otra cosa.

El Acueducto de Chapultepec funcionó a hasta mediados del siglo XIX. Su destrucción fue lenta hasta que en la década de 1960, con la construcción de la la Línea 1 del Metro y la espantosa iniciativa de abrir ejes viales en los 70, se quedaron sólo unas cuantas arcadas por la Zona Rosa, la todavía más vieja fuente de Chapultepec que abría el acueducto y la ruina de la fuente de Salto del Agua. Funesta suerte tuvieron la fuente de La Mariscala del otro gran acueducto que surtía a la ciudad y no se diga de las otras fuentes menores o "pilas económicas". A la erosión del tiempo había que sumarle el deterioro que le dejaron estas obras que acabaron con su remate y algunos trofeos. Hay reseñas ligeras y superficiales que condenan la decisión, pero para mí fue una mente piadosa la que optó por llevársela al entonces flamante Museo Nacional del Virreinato que en 1964 sirvió para conservar el viejo colegio jesuita de Tepotzotlán. No falta quien diga que todo es un engaño y que la original está en la casa de algún político del partido hegemónico. En todo caso, la fuente que hoy está en Salto del Agua, la replicó Guillermo Ruiz en 1948, aunque, me parece, suavizando un poco más las líneas barrocas de la original. Tal vez fue un mejor homenaje a la fuente final que la decisión de dejar aislada, asediada y casi oculta la inicial de Chapultepec.

Si me preguntan a mí: yo ampliaría enormemente las banquetas del Eje Central para convertirlo en un paseo arbolado no tan conveniente para el tráfico vehícular. Prohibiría referirse a él como "Eje Central" o "Lázaro Cárdenas" y le impondría un nombre nuevo o bien rescataría los que tuvo anteriormente (aunque Niño Perdido o San Juan de Letrán no convencen). Al llegar al cruce con Izazaga la avenida ex Eje Central es interrumpida por un parque en la capilla de la Purísima Concepción y la fuente de Salto del Agua pueden conversar nuevamente.

Entre árboles la original, entre postes de luz la réplica.


Fuentes:
- Una buena tesis de Historia del Arte de Ana Lorena García Martínez, enfocada al templo de Loreto, pero cuyo segundo capítulo, disponible en línea, se concentra en la biografía profesional de Ignacio Castera y análisis general de su obra en el contexto del fin del Virreinato y el ocaso del barroco.
- Sobre las fuentes que se desprendían de los dos acueductos que surtían de agua a la Ciudad de México, un artículo del célebre historiador Manuel Carrera Stampa-.
-Sobre el barroco "neóstilo", aquí el artículo donde se acuñó el término que ciertamente es de gran utilidad a la hora de observar el barroco de la segunda mitad del siglo XVIII.
-Sobre la fuente de Chapultepec, más vieja y tal vez más triste y estresada que la del Salto de Agua, aquí un comentario de Héctor de Mauleón.


domingo, 8 de septiembre de 2013

El pijama de Getúlio Vargas: un encuentro

Pijama que portaba Getúlio Vargas la madrugada del 24 de agosto de 1954 junto con la pistola con la que esa noche se quitó la vida.  Foto: JILG, 2011
La excusa fueron una boda internacional y unos ahorritos, pero me gusta pensar que tuve la fortuna de visitar Río de Janeiro, entre otras muchas cosas, para entrar al Palacio de Catete (Catechi, en una burda trasliteración de esa improbable pronunciación que a veces parece ser lo único que divide a los lusoparlantes de los hispanohablantes). En la ciudad buscaba restos de su barroco pasado colonial y glorias de su etapa como capital imperial y republicana. De esa inacabable urbe quería también conocer algunos de sus "largos" (plazas) para compararlos con una plaza de la Ciudad de México a la que en ese entonces le hacía un estudio etnográfico. Buscaba también, por supuesto, una feijoada, una caipirinha en Ipanema y tomarme fotos con un par de entrañables iconos globales. No hay tiempo que baste a un forastero para compenetrarse con Río de Janeiro. Pero en Catete iba buscando a Getúlio Vargas. Y me encontré su pijama.

El palacio ubicado en la entonces suburbana calle de Catete,  fue la
residencia carioca de los barones de Nueva Friburgo, un título
nobilitario entregado por el emperador de Brasil, Pedro II, en el 1854
sobre una de las zonas más prósperas del estado de Río de Janeiro,
colonizada a principios del siglo XIX por familias suizas. Tras el
establecimiento de la República, la residencia fue la sede del gobierno
federal brasileño desde 1897 hasta la fundación de Brasilia en 1960.
Foto: JILG, 2011
La historia la conocía. Algún tiempo estuve obsesionado con aprender portugués de forma autodidacta y eso me llevó a lecturas y telenovelas portuguesas y brasileñas. Entre todo lo consultado, la historia de Brasil inmediatamente roba cámara por interesante y relativamente exótica. Ese aislado y anacrónico imperio del siglo XIX en una América republicana al que la sola referencia al exterminio indio y la esclavitud negra nublan la bucólica de los nobles construyendo suntuosos palacios con fortunas agrícolas. La convulsión brasileña por romper el orden colonial fue mucho más lenta y original que otras historias americanas. Aquí tuvimos guerras y Leyes de Reforma, allá tuvieron golpes militares y a Getúlio Vargas.

No quisiera entrar en muchos detalles de la vida de Vargas o de la historia brasileña, pues creo que hacerlo me pone en camisa de once varas. Me limito a lo indispensable para exponer qué es lo que pudiera ser atractivo de ir a rendirle homenaje a su pijama. La bibliografía en portugués incluye biografías, un diario, reseñas de quienes fueron sus colaboradores, novelas de conspiración, decenas de artículos de análisis, críticas y loas al personaje. Sin embargo, en inglés encontré un texto profundo y bien documentado que recomiendo para quien quiera profundizar tanto en la persona de Vargas como en su impacto en el presente brasileño y que fue realizado por quien dedicó una muy buena parte de su vida a estudiarlo, .

Getúlio Vargas. Retrato ubicado en el Palácio do Catete,
Foto: JILG, 2011
Vargas se suicidó. En su cuarto. En el Palacio de Catete. Con una pistola. Teniendo su pijama puesto. Siendo presidente. Dejando un testamento. Cumpliendo una amenaza de suicidio. En medio de una crisis política... como una de las más intensas de las muchas que había enfrentado los últimos 25 años de su vida. Que un político cometa suicidio no es un hecho infrecuente. Sin embargo, que lo haga un presidente en funciones y que no penden sobre él genocidios, no es común. Con blancos y negros como casi cualquier político, la personalidad del político brasileño más importante del siglo XX se convierte en un objeto de altísimo interés para quienes nos llaman la atención las biografías políticas. El pijama de su suicidio es su metáfora y reliquia.

Estuvo al frente del Poder Ejecutivo de Brasil por quince años (1930-1945), lo dejó por seis (1945-1951) y luego lo recuperó para un nuevo período de cinco años, pero se mató al tercero (1954).  "Doutor Getúlio", mintió sobre su fecha de nacimiento: dijo que nació en 1883, pero sus registros dicen que en 1882. Siendo civil, presuntamente defraudado en una elección injusta de la que era candidato y siendo asesinado Joao Pessoa su amigo y compañero de fórmula, encabezó un golpe militar que le dio el poder de un "gobierno provisional" en 1930. A los dos años conduciría un intensa inestabilidad política y social hacia una elección de una asamblea constituyente que, terminada la nueva constitución en 1934, fue electo indirectamente para un período que terminaría en 1937. De sus primeros 12 años de mandato se conservan dos tomos de su diario personal (aquí un muy sintético comentario analítico en portugués sobre el contenido del diario). En 1937, con la excusa de un complot comunista, un golpe militar interrumpió un proceso electoral en el que sería sucedido Vargas y fue ratificado por los generales por un período indefinido que se extendió hasta 1945, cuando ellos mismos lo depusieron.  En el período de 1937-1945 fue cuando Getúlio tuvo un poder dictatorial sobre Brasil: impuso una nueva constitución, eliminó opositores, encarceló u hostigó voces incómodas, decretó leyes y códigos orientados al beneficio de los trabajadores pero rehuyendo de cualquier connotación comunista, nacionalizó y fundó decenas de empresas estatales, abrió carreteras y redes ferroviarias, impulsó una imagen icónica de Brasil que ya se cocinaba con la fruta de los tocados de Carmen Miranda en la playa de Copacabana, llevó a su país a la Segunda Guerra Mundial. 
"¡Se mató Vargas! El presidente cumplió su palabra: 'sólo
muerto saldré de Catete'"

Se llamó "Estado Nuevo (Novo)" a este período en el que con el plomo del autoritarismo se dio el golpe de muerte a las instituciones coloniales-imperiales oligárquicas, la población urbana se multiplicó y se sentaron las bases del Brasil que es hoy. Vargas estuvo inmovilizado durante casi tres años por un accidente automovilístico que sufrió en 1942, tras el que interrumpió su diario y más tarde los militares su mandato. Pero su popularidad lo devolvió a Catete tras ganar una elección en 1950, luego de haber sido senador simultáneamente y supuestamente sin haberse postulado como candidato tanto por su estado natal Río Grande do Sul y por el de Sao Paulo, donde era repudiado en 1932, pero amado posteriormente. Su último período, como el dramático final anticipa, no fue terso. Aquí fue cuando fundó Petrobras, pero a Vargas, el "padre de los pobres", como ya era bautizado, tuvo la ocurrencia de aumentar el salario mínimo de Brasil en un 100%, desatando una crisis política en la que los militares pidieron su renuncia. Fue acusado de corrupción y perdió control de la clase política y militar brasileña. En la inestabilidad fue asesinado uno de los principales opositores a Vargas. Nuevamente 19 militares firmaron una solicitud de renuncia a la que Vargas respondió con un tiro en su propio pecho y una nota suicida. Cuarenta y tres años después de su muerte, su hijo se suicidó de la misma forma que él a sus 81 años.

Entrar a Catete es entrar la convulsión del Brasil moderno que, tras la muerte de Vargas emprendió la mudanza de la capital a Brasilia y atravesó aún muchos dolores antes de implantar la democracia liberal que tampoco ha terminado de cumplir promesas. Es entrar a una recargada y anticuadamente elegante residencia del pasado imperial. Es entrar al actual Museo de la República, con objetos de las campañas de Lula y joyería de Pedro II. Pero sobre todo, y más importante para mí, es conseguir fetichizar la biografía de un apasionado político que transformó su país más por las malas que por las buenas. No se trata en momento alguno de admirar a Vargas, ni mucho menos idolatrarlo, sino de entrar a su recámara y encontrarse con su pijama agujerado para conseguir tocar muchas aristas de la mente humana. Una oración secular frente a un pijama. No sé, he tratado de recomenzar mi diario.

Cubo de las escaleras del Palacio de Catete. Foto: JILG, 2011


domingo, 1 de septiembre de 2013

40 templos angelopolitanos y una Catedral

Capilla del Rosario, ex convento de Santo Domingo, Puebla. Foto: JILG, 2013
Pues terminé investigar, tomar notas, organizar y seleccionar las fotos de un intenso recorrido que hice por una semana en el centro de la ciudad de Puebla. El objetivo era caminar por las calles entrando a todos los templos coloniales que encontrara abiertos y retratando aquellos elementos que me llamaran la atención. Fui a penas con algunos templos en mente y algunas direcciones. Lo demás era para ser encontrado por casualidad -y empeño-, con el riesgo de las omisiones que pudieran ocurrir. Iba buscando residuos coloniales: arquitectura barroca o previa a ésta, pero también las continuidades y vigencias de devociones de entonces u otras más recientes. Por supuesto, el paseo fue exploratorio, pero con resultados interesantes mismos que quise organizar, muy probablemente para mi uso personal pero que me gustaría dejarlo para utilidad pública a quien tenga interés por ello.

Al regreso del paseo, comenzó la consulta de diferentes fuentes de información para inundarme de nombres de arquitectos, obispos, frailes, santos, monjas, pintores, terminologías... Entender, leer, ordenar, volver a leer y volver a entender. El producto de este ejercicio es este álbum con notas, sí, informativas, pero, sobre todo, testimoniales y de la humilde apreciación de un ocioso antropólogo que medio sabe de arte, medio sabe de historia y medio sabe de devociones.

El enlace al álbum:
http://www.flickr.com/photos/100807876@N02/9624971046/in/set-72157635329335631

Quiero hacer esta entrada con algunos comentarios generales, dar crédito a las fuentes de información que acompañan las notas de cada fotografía y un anecdotario a manera de presentación de ese álbum.

I. Contenido y vínculos a las fotos de los templos
Con la intención de ampliarlo con las muy sensibles omisiones de las que he sido consciente hasta mi regreso a la Ciudad de México, pretendo futuras visitas complementarias a la Ciudad de Los Ángeles. Son sentidas las ausencias de capillas y templos de los viejos barrios indios, así como las del Via Crucis franciscano y las que están al interior de algunos templos civiles. Por lo pronto así organicé el contenido y estos son los templos que contiene (el vínculo es a la primera foto de la serie de cada iglesia o capilla):

1. La Catedral (ya cuenta con una foto-entrada en este mismo blog, con notas más amplias a las que el álbum le añade poco)




2. Templos de antiguos colegios
- Templo del antiguo colegio jesuita de San Francisco Xavier, hoy Instituto Cultural Poblano.
- Templo del antiguo colegio jesuita de San Ildefonso
- Capilla de los Gozos de María del Colegio de la Enseñanza
- Templo del Colegio jesuita del Espíritu Santo o Templo de la Compañía






3.Templos de hospitales coloniales
-Templo del Hospital de San Roque
-Templo del Hospital de San Juan de Letrán -hoy Museo Amparo-, o templo del "Hospitalito"
-Templo del Hospital de San Pablo
- Templo del Hospital de San Pedro, hoy Museo de Arte.








4. Parroquias y capillas
-Parroquia de la Santa Cruz
-Parroquia de San Marcos
-Capilla de la Inmaculada Concepción
-Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús
-Capilla de San Ramón
- Templo de La Concordia
- Santuario de Guadalupe







5. Templos de viejos barrios indios
- Templo del Ángel Custodio (Analco)
- Templo de San Sebastián
- Capilla del Ecce Homo
- Templo de Nuestra Señora de la Luz
- Templo de Ntra. Sra. del Sagrado Corazón de Santiago de los Cholultecas.





5. Conventos masculinos
-Templo y convento de San Cosme y San Damián (mercedarios)
-Templo de San Agustín
-Templo y convento de Ntra. Señora del Carmen
-Templo y convento de San Francisco








6. Conventos femeninos
-Templo y ex convento de La Concepción
-Templo y ex convento de San Jerónimo
-Templo y convento de Santa Teresa (carmelitas)
-Templo y ex convento de Santa Rosa (dominicas)
-Templo y convento de Santa Clara
-Templo y ex convento de Santa Inés (dominicas)
-Templo y ex convento de la Santísima Trinidad (concepcionistas)
-Templo y convento de Santa Ana y San Joaquín (capuchinas)
-Templo y ex convento de Santa Mónica (agustinas)







7. Supervivientes del barroco
-Templo del Hospital de San Cristóbal
-Templo y ex convento de Santa Catalina de Siena (dominicas)
-Parroquia de San José
-Templo y ex convento de La Soledad (carmelitas)
-Templo y ex convento de Santo Domingo y la Capilla del Rosario








II. Las fuentes
Como señalé, fui con lo que sabía, que es lo que cualquier mexicano medianamente informado y que ha viajado previamente a la ciudad de Puebla sabe que si la Capilla del Rosario, que si la Biblioteca Palafoxiana, que si la Catedral y, sobre todo, la calle de los dulces. En un inicio, mis fuentes fueron mi memoria sobre la ciudad, sobre las clases de historia, sobre las lecturas sobre el Virreinato, sobre el contraste que se pudiera hacer con la experiencia de visita a otros sitios similares. Preguntando se llega a Roma. En muchos templos, sobre todo los de los conventos femeninos, pedí a los sacristanes que me permitieran el acceso a los coros de las iglesias o a las sacristías o a capillas cerradas. Nunca conseguí una respuesta afirmativa. Sin embargo, en varias ocasiones el contacto sirvió para preguntar, además, algún par de cosas, como sobre la figura que estaba recibiendo mucha devoción o, por ejemplo, por qué había manzanas frescas por todo el templo de La Soledad.

Placas informativas.
Por otro lado, hay que decirlo: la gran mayoría de los templos poblanos tienen extraordinarias entradas en la Wikipedia. Con todas las reservas que se pueda tener sobre esta fuente, cuando se trata de indicaciones para la apreciación de lugares, no hay pierde: a la vista están los aciertos y los errores. Además, la ciudad de Puebla está muy consciente del nivel monumental de su patrimonio histórico, así que no faltan placas informativas en un impresionante volumen de edificios religiosos y civiles. Estas placas han sido, sin duda, un muy buen punto de partida para la documentación informativa y orientación.

En una visita al Ochavo de la Catedral de Puebla, tuve la fortuna de ser guiado por el historiador del arte Fabián Valverde, quien además me informó sobre su reciente Guía del Patrimonio Religioso (pdf) de la ciudad de Puebla, que, consultada ya de vuelta en el Distrito Federal, ha sido una extraordinaria fuente de información, pues se encuentra realmente bien organizada. Fue absolutamente útil para organizar mis fotos. Con ella, me di cuenta que en mi paseo faltaron algunos importantes templos y capillas, pero también con este album documento sobre otros más que en ella no se encuentran (como el Convento de San Cosme y San Damián, la Parroquia del Sagrado Corazón, la Capilla de San Ramón Nonato, el templo hospitalario de San Pablo). Gran parte de la información sobre fechas e identificación de algunas obras de arte (sobre todo pinturas) proviene de esa guía.

Más sensiblemente y, sobre todo fundamental en el conocimiento de algunos sitios como la Catedral de Puebla o las omisiones de la Guía mencionada es el maravilloso libro La Catedral y las iglesias de Puebla de Manuel Toussaint. Por sí mismo es una de las más apasionantes guías del patrimonio religioso de la Ciudad pues su fecha de publicación (1954) le añade un encanto muy especial. No se trata sólo de descubrir lo que Toussaint señaló, sino de verificar su estado 60 años después. Me he vuelto adicto a las guías de viaje viejas.

Con todo esto y ahora que he sido mucho más documentado y he hecho un álbum sólo queda otra tarea por hacer: ¡regresar! Faltaron templos, faltó entrar a algunos, faltó detenerse en aspectos particulares de los que sí visité.

III. Las fotos: expulsado de un par de templos
Lo entiendo muy bien: las fotos pueden ser sumamente invasivas y molestas. Sobre todo para creyentes que, con alguna tribulación en particular, llegan ante la imagen del santo al que le encomendarán su caso y terminan siendo retratados por una mente secularizada. Conozco las reglas: no tomar fotos durante las misas, no retratar de cerca a las personas sin su previo consentimiento, no trastocar la sacralidad de objetos y partes de la iglesia. Fui un católico intensamente practicante por tres lustros, así que conozco esto. Sin embargo, en el recorrido (así como en muchas otras partes dentro y fuera de Puebla) me topé con prohibiciones expresas de tomar fotografías. Y me puse a buscar una razón.

Alguna vez, en la Ciudad de México, el sacristán del templo del ex convento de Jesús María me dio la explicación de que en las iglesias no se permiten las fotos porque "es la casa de Dios". En el caso de este recorrido, en la parroquia de Santiago de los Cholultecas (hoy de la enredada advocación de "Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús) comencé a tomar fotografías y el que bien pudo haber sido el sacristán o algún metiche se acercó a decirme que "al padre no le gustan las fotos". Al no ser una prohibición expresa, le hice un ademán de entendido y me apresuré a tomar las fotos que consideré importantes. Ante mi impertinencia el sacristán fue por el sacerdote quien me pidió que me retirara del templo. Pedí disculpas y así lo hice.
Prohibido tomar fotos y videos. San Cristóbal. Foto: JILG, 2013

En San Cristóbal me topé con un contundente letrero que decía que las fotos sólo estaban autorizadas para quien estuviera acreditado por el INAH, así que ahí me limité a tomar fotos con la cámara del celular cuando nadie me estaba observando. En la Parroquia de San José cometí el error de entrar con la cámara colgando al pecho, por lo que una mujer en la entrada enseguida me dijo: "namás que no tome fotos, de favor". Guardé la cámara en señal de obediencia, pero retraté el templo con la cámara del celular.

Lo más intenso fue en el ex convento mercedario de San Cosme y San Damián. Ahí, sin prohibición alguna, pero ya alerta por la constante prohibición de tomar fotografías simplemente no saqué la cámara, sino que las que tomé fueron con el celular. El templo tenía mucha gente, pues eran días de fiesta del Niño Cieguito, pero no se encontraban ya en misa cuando comencé a tomar fotos. Además, noté que a un poco discreto señor con un iPad que le tomaba fotos con flash a casi todos los santos en vitrinas, nadie le decía nada, por lo que no parecía haber una prohibición. Recorrí el templo, admirando y retratando. Afortunademente, cuando tomé la que creía iba a ser mi última foto, apareció un probable sacristán quien se aproximó rápido hacia mí y empezó a gritar: "Out! Out! No photos, maifrén! Out! No photos!"... La gente enseguida volteó a mirarme. Le dije en español que no se preocupara que ya me iba. No entendí por qué tanta contrariedad y el exabrupto.

Me gustaría entender qué es lo tan ofensivo o tan peligroso de tomar fotografías. Me gusta que en lugares tan importantes como la Catedral o la Capilla del Rosario no existe ningún temor a las fotografías y la gente puede disfrutar su paseo tomando las fotos que desee. En los otros casos, francamente me parece una fobia estúpida. Ciertamente coincido en que hay que educar a los paseantes: respetar la devoción del otro, evitar el flash en pinturas y ya. Una de las razones que no me satisfizo sobre esta obsesión la expongo en el siguiente apartado.

III. Los fiascos: la plática que no fue
La Parroquia de San José, fue, sin duda, uno de los sitios que más interés me despertaron. La amplitud y gran colección que hay dentro del templo bien le vale un estudio a mucha más profundidad que la mera visita que le hice. Y cuál fue mi muy grata sorpresa que cuando fui al templo por primera vez, en el sotocoro encontré un pizarrón anunciando una plática sobre San José a cargo de un historiador del arte que ocurriría en dos días. Cancelé planes de ir a recorrer otros lugares para poder asistir a la plática. Estaba yo muy entusiasmado, así que con mucha más atención y emoción recorrí el templo para poder llegar a esa plática sabiendo lo más posible de la iglesia y sus obras y así poder llegar lleno de preguntas.

Llegué puntual y encontré una iglesia llena con muchos niños. Me pareció extraño, pero también pensé que bien pudo haber sido un grupo al que se les asignó como requisito la asistencia a la plática. Había un proyector y muchos asistentes que pedían sentarse lo más cerca posible del expositor. Tomé asiento y miraba los retablos barrocos en lo que comenzaba la plática. Nuestro presentador llegó, se colocó frente al auditorio y nos dio la espalda para persignarse frente al altar, hincarse y mantenerse en oración por varios minutos ante la mirada silenciosa de su público. Ahora sabemos que el historiador sería un católico muy ortodoxo.

Aquí, entre cantera y retablos, lleno de ilusiones, a la espera de que
 iniciara una anunciada plática sobre lo que yo creía que era el arte y
objetos del templo de San José.
"Hoy vengo a hablarles de un verdadero Superman, de uno que sí existió. Vengo a hablarles de un verdadero superhéroe, de un hombre entero y de a de veras... Y sí, porque este Superman era en realidad tan hombre que Dios le confió a su hijo para que lo educara.. Este superhéroe era San José". Dos pájaros de un tiro: la plática no sería sobre la Parroquia de San José, sino sobre el personaje del santo y, sobre todo, segundo, la plática no sería interesante en modo alguno. Decidí no ceder ante mi intolerancia y regalarle unos cinco minutos más. Y tuve mi recompensa por ello.

El expositor reveló que en realidad había sido acólito del párroco de San José por muchos años y que ahora volvía por su amor a él, al templo y a San José. Y nos contó de su primera experiencia en la parroquia. Dijo que llegó, se maravilló por el recinto y comenzó a tomar fotos, cuando el sacristán se aproximó y le dijo que estaba prohibido. Mi atención estuvo de nuevo capturada por completo. "Me asombré y enorgullecí al saber que el sacristán estaba haciendo muy bien su trabajo", nos dijo. Lo siguiente fue una reiterada celebración a la noble prohibición del sacristán. El expositor explicó la razón y es que, dice, lo de tomar fotografías es el primer paso para el robo del arte sacro. "Llegan y parecen turistas, se ponen a retratar que si esta pintura, que si esta estatua, que si este candelabro y en realidad lo que están haciendo es un catálogo de todo lo que se van a robar para venderlo en mercados negros" (esto último como quien dice el nombre del Diablo)... Continúa: "por eso, todos, si vemos a alguien tomando fotos en una iglesia debemos decirle que no lo haga o llamar al sacristán o al padre". Lo entendí todo: cada vez que tomo fotos soy visto por los feligreses como un potencial criminal que planea robarse todo lo que le quede de valor al templo. Bueno, al menos una explicación más elaborada que "es que es la Casa de Dios".

Bajo esta lógica, alguien que llega con un cuaderno y una pluma podría estar anotando la disposición de las piezas que planea robarse. Bajo esta lógica, cualquier persona que parece que está orando frente a un santo, en realidad podría estar tramando cómo extraer la escultura de ahí y los murmullos podrían ser a un micrófono en el que contacta a los bandidos que lo esperan en una camioneta afuera. Bajo esta lógica, poner cuchillos en las mesas de los restaurantes implica el riesgo de algún asesinato ante un arrebato irracional o premeditado de alguno de los comensales. Sigo sin entender por qué no se pueden tomar fotos más que con algún privilegiado permiso gubernamental.

IV. Sitios, leyes y neoclásico
El terrible caso del templo de Santa Clara. Foto: JILG, 2013
A ver, seamos francos, de las 40 iglesias a siete no conseguí entrar pues no las encontré abiertas durante mi paso -sí, volveré-. Así que, además de la Catedral, entré y retraté 33 interiores de capillas independientes y templos. De ellos, sólo uno (Santo Domingo) conserva su retablo mayor barroco, en dos más los retablos principales son (con aciertos como en el Templo de la Compañía o con desaciertos como en Santiago) del siglo XX y en otros dos son sumamente austeros como para considerarlos de algún estilo (San Agustín y San Juan de Letrán). Los otros 28 son neoclásicos. Y 27 de ellos implicaron la destrucción de retablos barrocos que hubo en su lugar (el del Sagrado Corazón es original del templo). Cierto, las modas cambian y ese barroco que hoy despierta curiosidad, tal vez a finales del XVIII generaba asco... y buenas razones no les faltarían para ello.

Lo cierto es que en Puebla es muy frecuente escuchar que gran parte de la destrucción del patrimonio religioso ocurrió en tan sólo la década de 1860, cuando la ciudad fue asediada por los franceses en dos ocasiones y, además, cuando se aplicaron férraeamente las Leyes de Reforma de los liberales en las que se ordenó la exclaustración de todos los religiosos y religiosas del clero regular y cuyos conventos fueron lotificados, vendidos y, en el mayor de los casos, derrumbados. No se niega la relevancia de ambos episodios, sobre todo, la inevitabilidad de uno y la necesidad de constituir un nuevo régimen político, económico y social distinto al colonial del segundo. Sin embargo, cuando entro al ex convento de Santa Clara y observo una melosa decoración que no despierta mayor admiración y saber que ahí anteriormente hubo una que, al margen del gusto de cada quién, representaba al menos un gran refinamiento y trabajo en la talla de madera y argamasa, toca encontrar culpables. Y no, no fueron cañonazos, ni liberales, fue eso que llaman "neoclasicismo". Yo añadiría: ESE neoclasicismo, el de la retablística novohispana-mexicana (es decir, cómo pelearse con magníficas edificaciones y portadas neoclásicas).

Alguien por ahí me puso que los retablos neoclásicos poblanos (y fuera de Puebla... vea nomás el ex convento de Santa Inés en la Ciudad de México) parecen "pasteles de quinceañera de Sanborn's"... En efecto, más allá de lograr una pulcritud y romana sobriedad frente al horror vacui de un barroco atascado, la sensación es la contraria: de un recargado admirable a un recargado de mal gusto. La destrucción del patrimonio religioso virreinal parece haber estado más a cargo de unas élites que se hartaron de ver los mismos muebles atascados de siempre y quisieron poner en el mismo lugar muebles distintos.

Del Siglo XX al XXI ha habido más oportunidad de preservar, pues el crecimiento demográfico y urbano fue explosivo y expansivo, que aunque destruyendo lo viejo en incontables ocasiones, también en otras innumerables sólo se limitó a abandonarlo. Hoy gentrificadamente estamos corriendo de regreso a las zonas abandonadas a ver cómo fue que dejamos todas esas cosas del siglo XIX. A veces encontramos cosas más viejas y a veces nos topamos con ese reinado del mal gusto que fue la primera mitad decimonónica.

domingo, 25 de agosto de 2013

La Enseñanza: un tributo

Interior del templo de Nuestra Señora del Pilar. Por la forma en la que fueron dados los predios que ocupa el colegio, es distinta a los otros templos de monjas pues no corre paralelo a la calle ni tiene doble portada lateral. Por esa razón, el coro enrejado no quedó al fondo, como en cualquier otra iglesia de monjas, sino a los costados del retablo mayor.  Foto: JILG, 2013
I. ¡Traigo a la virgen!
Ella llegaba con esos lentes semi opacos, redondos y grandes, de “fondo de botella”, pues. Alta, corpulenta y, por supuesto, con un bastón. La caricatura no se completaría si, además, no trajera un zorro muerto como estola. Com-ple-to: las patitas traseras y la cola le cuelgan al frente de su hombro izquierdo y las delanteras junto con la cabeza inerte del lado derecho. Y la severidad de su semblante se corona con una voz grave y profunda que, luego de tocar la puerta responde al “¿quién es?” con un solemne y firme “¡traigo a la Virgen!”.  Mi mamá y sus hermanas recuerdan así a la encargada de trasladar un pequeño altar móvil con alcancía integrada dedicado a Nuestra Señora del Pilar para custodia temporal de los miembros de su cofradía en México.

Figurita de la Virgen del Pilar en la fachada de la
Enseñanza. Se ve que alguna vez estuvo pintada.
Foto: JILG, 2013
Así, durante los días que mi abuela recibía en su casa a la pequeña figurita de una virgen María parada sobre un pilar, debía organizar oraciones y visitas entre sus vecinos y amigos, buscando llenar esa alcancía que tenía en su base. Desde antes, desde entonces y hasta ahora, cada 12 de octubre se organiza una misa solemne en el Templo de Nuestra Señora del Pilar, conocido como la Enseñanza, en la calle de Donceles, en el Centro de la Ciudad de México. La celebración es acompañada de una fiesta financiada con los recursos obtenidos por la Cofradía. Hoy, cuando yo le hablo a mi madre de la Enseñanza, ella no puede evitar recordar a la caricaturesca señora que llevaba a la Virgen del Pilar a su madre.

En el mundo católico, siendo la zaragozana Virgen del Pilar la advocación mariana principal de España, en México no goza de una amplia devoción. Apenas un puñado de parroquias y templos son dedicados a ella en todo el país, aunque su imagen se encuentra presente en pequeñas capillas y retablos principalmente donde se concentran emigrantes españoles o sus descendientes.

La célebre iglesia de la Enseñanza es el más importante templo de la Ciudad de México y probablemente del país dedicado a la Virgen del Pilar. Y este sitio, junto con un muy remodelado Colegio Nacional, son los restos de lo que fue un convento y colegio para mujeres inaugurado en 1754 por una noble novohispana llamada María Ignacia Azlor y de Echeverz. Eran los tiempos en los que el barroco comenzaba a fastidiar. Le faltaba un digno ejemplar de culminación. La historia de La Enseñanza puede ser enternecedora y su aspecto actual es de una impecable limpieza que esconde sus múltiples imperfecciones y cicatrices históricas, mismas que resulta divertido encontrar. 

Aunque frecuentemente entran y salen personas que dedican un par de oraciones y plegarias a alguno de los múltiples santos y santas que hay en sus nueve retablos o bien algunos admiradores -nacionales y extranjeros- de paso, suele predominar un ambiente silencioso y muy tranquilo. Su actividad religiosa también es muy baja. No posee ninguna figura o imagen particular de veneración popular. Hasta hace un par de semanas que se han traído un padre de Orizaba para celebrar misas todos los días a las 13:00, no había celebraciones de lunes a sábado. Sólo había una misa dominical y, anteriormente, un domingo de cada mes, al igual que en el templo de Loreto, se celebraba la ultraconservadora misa tridentina. Las religiosas que resguardan el templo rezan el Angelus diario y eso es todo. Queda, pues, un recinto abierto durante las mañanas y un breve período por la tarde que es ideal para ir a leer, descansar de un paseo o compras por el Centro o simplemente para ir a estar. Para los creyentes será ideal para orar. Es, sin duda, uno de mis sitios favoritos en la Ciudad y razón por la que le dedico esta entrada.


II. La historia: “la Madre Fundadora aseguraba que de todo su caudal había hecho heredera a Nuestra Señora del Pilar” 
La guía "Hablemos de la Ciudad" de Porrúa, en su entrada sobre la Enseñanza (pp 352-356) (que por alguna razón decide colocarla en la calle Luis González Obregón cuando las puertas principales del ex convento, hoy Colegio Nacional, la del templo y hasta la misma foto que acompaña su entrada se encuentran sobre Donceles), comete el terrible error de parafrasear casi literalmente (sin citar, por supuesto) un discurso que pronunció José Emilio Pacheco, donde da datos equívocos de la fundación del Colegio. Entre otros elementos, notablemente repiten como apellido del padre de la fundadora "Azcor y Vitro", cuando el correcto es "Azlor y Virto de Vera". Sorprendentemente, antes de optar por el plagio, tampoco tomaron con cautela la propia advertencia que el mismo Pacheco hace en ese discurso de que él no es el más adecuado para hablar de la historia del templo. Patético plagio. Por lo demás, no aporta muchos datos más que la evolución de las diferentes ocupaciones que tuvo el convento tras las Leyes de Reforma y la exclaustración de monjas por todo el país en 1861, cuando creo que la riqueza está más del lado del convento que del edificio civil que resultó.

La fundadora: María Ignacia Azlor y Echeverz. Imagen
tomada de la Relación histórica de la fundación del
convento, editada en 1793.
Sobre fuentes con la historia de este templo hay una que es extraordinaria: es la Relación histórica que las propias monjas escribieron a los pocos años de muerta su fundadora, María Ignacia Azlor y Echeverz y que obtuvo el permiso de imprenta en 1793. La redacción del texto es verdaderamente hermosa y su lectura empuja, a mi gusto, a ver el templo y el convento con otros ojos. Y no tanto por la vida de María Ignacia, que al final, es la de una rica heredera que decide tomar los hábitos y fundar un colegio, sino por la narrativa misma del texto que comienza así:

"Se admirará el piadoso lector (y con razon) al ver que unas mugeres sin letras hayan tenido ánimo de emprender una obra superior á su sexo; pero no le hará fuerza si reconoce que nos obliga á ello que en treinta y nueve años que lleva fundado nuestro Convento, no ha habido sugeto que se haga cargo de tomar este trabajo, para que en todo tiempo conste de dónde tuvo origen esta casa". 

Sin embargo, un estudio muy especializado sobre este colegio es el que hizo Pilar Foz y Foz, una religiosa perteneciente a la misma congregación que María Ignacia y que dedicó gran parte de su vida a estudiar los archivos y documentos de la Compañía de María.  Desgraciadamente no he conseguido tener acceso al documento y cuando lo haga podré complementar esta entrada.

En todo caso y, como siempre, tomando aquí los elementos y datos que me resultan más interesantes, baste decir que, a pesar de una mansión ubicada en la esquina de República de Chile y Belisario Domínguez y que sigue en pie, la Enseñanza terminó siendo la más digna embajada en la Ciudad de México de la gloria y riqueza del Marquesado de San Miguel Aguayo y Santa Olalla. Mientras que otros nobles novohispanos construyeron grandes mansiones y palacios célebres en la ciudad, el mejor recuerdo de los de Aguayo será el de este convento que a su vez fue un colegio para mujeres. Pero, ¿de dónde es marqués el que es Marqués de San Miguel Aguayo y Santa Olalla? De un pequeño municipio de Cantabria (antes Castilla La Vieja), España, que hoy no tiene más de 200 habitantes y que nunca alcanzó la riqueza que sí tuvieron las actividades de los marqueses en México. En en el norte del país y en el sur de Estados Unidos quedan restos de la presencia de estos marqueses por doquier. Incluso hay una pequeña misión en Texas con el nombre del título nobiliario y una fortaleza de Nuestra Señora del Pilar en la Louisiana fundada por el padre de nuestra protagonista y que en su momento fue la primera capital de Texas. Y es que a los marqueses correspondía una extensa cantidad de hectáreas de ranchos, haciendas, minas y comunidades en la que entonces era Nueva Vizcaya y hoy se corresponde a partes de Coahuila y Texas. La familia del marquesado dividía gran parte de su tiempo entre España, Nueva Vizcaya y la Ciudad de México.
Casa del Marqués de San Miguel de Aguayo en la Ciudad de
México. Esta es una vista de su lado por la calle de Rep. de
Chile. Foto: JILG, 2013

Así, la fortuna que fue capaz de financiar la Enseñanza discurrió por una interesante línea materna desde el XVI por el emprendedor vasco Francisco de Urdiñola quien llegó a México en 1571 y le fue encomendada la conquista de los territorios del norte, concediéndole un gigantesco (y deshabitado) latifundio ganadero y minero cerca de Saltillo. Sometiendo a mano de obra a una importante migración tlaxcalteca, Urdiñola se forjó en décadas una codiciada riqueza que le dejó algunas polémicas y problemas políticos. Y ahí comienza la historia.

Un breve, pero completo y estupendamente documentado relato del marquesado lo encontré en esta revista española a cargo de Manuel García Alonso, quien tiene más artículos al respecto. Una hija de Urdiñola, Isabel, se casó con un Luis Alceaga, heredando él la fortuna de Urdiñola y continuando su expansión y producción. Una hija de estos, María Alceaga, se caso con un Luis de Valdés, igualmente, heredando él la fortuna. Su hija Francisca de Valdés, bisnieta de Urdiñola, se casó por tercera ocasión en 1667 en un viaje a España con Agustín de Echeverz, de Pamplona. Tras ello, vinieron a México y Echeverz tuvo una brillante carrera política en el norte, siendo gobernador y capitán general de Nuevo León. Esto y sus riquezas heredadas por nupcias le permitieron comprar el título de Marqués. Al igual que en toda la línea de descendencia de Urdiñola, Agustín y Francisca tuvieron sólo hijas, por lo que el siguiente heredero fue su yerno: José de Azlor y Virto de Vera. Similarmente, en un viaje a España fue arreglado su matrimonio con Ignacia Javiera de Echeverz. Importantemente, este nombre delata ya una clara devoción a San Ignacio de Loyola y a la Compañía de Jesús. José de Azlor, ya como el segundo Marqués de Aguayo, por su matrimonio con Ignacia Javiera, también tuvo su momento de gloria en América: dirigió una campaña contra los franceses que se expandían por la Louisiana. Azlor llevó un ejército por Texas y fortaleció las fronteras españolas, valiéndole su nombramiento como gobernador de Nueva Vizcaya y el título de "conquistador" de Texas.

El matrimonio de Azlor y de Echeverz, nuevamente sólo tuvo hijas: María Josefa Micaela y María Ignacia, la segundona, como se decía en esa época. El título de marqués sería para quien se casara con María Josefa Micaela. Por su parte, María Ignacia nació en la hacienda de San Francisco de los Patos (hoy villa General Cepeda, cerca de Saltillo) en 1715. A sus 18 años quedó huérfana y se unió al más antiguo convento de concepcionistas de la Ciudad de México (el que se encuentra hoy su templo en Belisario Domínguez). Sin embargo, según narran las monjas en su relación de 1794, a los tres años dejó el convento para irse a España a cumplir un deseo de sus padres de ir a visitar a los parientes de allá, la promesa de visitar a la Virgen del Pilar en Zaragoza y, más importante, a seguir la instrucción de su madre de unirse a la Compañía de María y traer a México su Instituto de la Enseñanza. Las monjas bien señalan que a la Ciudad de México no le faltaban conventos ni reglas (había capuchinas, jerónimas, concepcionistas, clarisas, carmelitas y dominicas). Sin embargo, la Compañía de María, fundada en Francia en 1607 por Juana de Lestonnac, como una vertiente femenina de la Compañía de Jesús y su proyecto educativo, había adquirido fuerza en Europa y, aunque en México no faltaba la educación femenina, ciertamente podía mejorarse significativamente.

María Ignacia, antes de partir a España en 1736, dejó un documento donde dejó establecido que a su regreso fundaría la Compañía de María en México. Éste testamento, supuestamente, es resguardado por las religiosas en México y tomado como una reliquia. En España permaneció 18 años. Los primeros fueron visitando a su familia y, donde según narran las religiosas, tuvo diferentes pretendientes y ofertas matrimoniales. Sin embargo, tras unos años fue que partió a Tudela, Navarra, como novicia de la Compañía de María. Tras profesar en 1745 comenzó las gestiones, desde España, para conseguir el permiso de fundar un convento. Dicen las religiosas de ese día:

"... no es fácil significarlo: viendo aquella gran muger á quien lisonjeaba la fortuna con tan crecidios caudales, honras, apluasos y doraciones mundanas, olvidar de una vez nobleza, caudal, obsequios, rendimientos, aclamaciones, y todo lo que el siglo aprecia, para encerrarse en un claustro, conocían ser obra del poder de la divina gracia".

Los recursos de María Ignacia tendrían que provenir no sólo de la dote misma que le habrían dejado sus padres, sino que la idea de fundar un colegio en la Ciudad de México era ya un proyecto familiar ideado por su madre, pero respaldado por su hermana, la tercera marquesa de Aguayo. Como se ha visto posteriormente, los sobrinos de Maria Ignacia, a su muerte, se encargaron también de mantener abierto el flujo de recursos al convento. Fue hasta el 25 de abril de 1752 que María Ignacia consiguió la Real Cédula que la autoriza a fundar el Instituto de la Enseñanza y establecer la Compañía de María en la Nueva España. Inmediatamente, con todas las rigidices y demoras de la época, partió para México con una comitiva de monjas para realizar la fundación. A su llegada a Veracruz supo que el Arzobispo de México desconfiaba que María Ignacia tuviera los recursos suficientes para fundar el Instituto y, además, que sus antiguas compañeras del Convento de la Concepción le negaban el asilo que inicialmente le habían ofrecido. Para colmo, supo que diferentes maestras de mujeres, llamadas "maestras de migas", habían escrito al Virrey y al Arzobispo pidiendo que no autorizara la fundación de la Enseñanza, pues acabaría con su trabajo. Con estas dificultades, cuentan las monjas que, en su breve estancia por Puebla el obispo intentó convencerla de fundar ahí el Instituto de la Enseñanza. Empeñada en mantener su plan original, en su despedida del obispo, éste le dijo: "adiós querida, primero será la fundación de Puebla que la de México".

Lo cierto es que no le tomó mucho tiempo a María Ignacia demostrarle al Arzobispo que sí tenía dinero. Las monjas dicen que le mostró sus arcas y le aseguro que "de todo su caudal había hecho heredera a Nuestra Señora del Pilar", es decir, "llegaron a un arreglo". Mientras conseguían un predio para la fundación y lo dejaban minimamente adecuado para habitarlo, las monjas de la Compañía de María fueron asiladas en el convento de Regina por poco más de un año. En diciembre de 1754, finalmente, se da por fundado el convento de Nuestra Señora del Pilar y se trabajaría en construirlo por casi cuatro décadas.

La Enseñanza tuvo, al parecer, un extraordinario éxito entre las acaudaladas familias novohispanas de la Ciudad de México y sus alrededores ofreciendo a las mujeres una educación que no las guiara exclusivamente a la vida conventual. María Ignacia vivió hasta 1767, sin poder llegar a ver la edificación terminada. Patrocinada por los marqueses de Aguayo y, luego de la Independencia de México, por otros patrocinios, la Compañía de María mantuvo actividades en este lugar hasta 1861 que, como casi todos los hombres y mujeres de la vida monástica del país fueron exclaustrados por las Leyes de Reforma de Benito Juárez. El templo de la Virgen del Pilar fue respetado, pero el resto del convento y colegio fue objeto de diferentes lotificaciones y usos, incluyendo oficinas gubernamentales, colegios y hasta brevemente como prisión. Fue hasta 1943 que se le destinó a una mitad como oficinas de la SEP y a la otra al recién fundado Colegio Nacional, a cargo de Alfonso Reyes. Desde entonces, el conjunto se ha mantenido así.

III. El Colegio, el convento y el templo: desafiando la tradición
Fachada actual de La Enseñanza. Al centro la entrada al templo de Nuestra Señora del Pilar. El edificio del lado izquierdo (Donceles 100), hoy oficinas de la SEP, se correspondía con el convento, aunque se trata ya de una edificación nueva. Del lado derecho (Donceles 104) se correspondía con el colegio, mismo que hoy es el Colegio Nacional. En este caso sí se trata de la edificación original, aunque con numerosas modificaciones, siendo las más importantes las que realizó Teodoro González de León en 1943. Foto: JILG, 2013
Portada del templo. La Virgen del Pilar luce pequeñita en la
ventana. En cambio, la figura central es de San José con el
niño, extraña ubicación. Más consecuentemente, abajo están
San Miguel Arcángel (eterno aliado de la Virgen) y San Juan
Nepomuceno (de amplia devoción en órdenes femeninas) y
arriba están San Benito (representativo de las reglas
conventuales) y San Ignacio (patrono de la
Compañía de María). Foto: JILG, 2013.
María Ignacia consiguió dos predios, ya edificados, en la calle de Cordobanes (hoy 4a de Donceles), separados por una callejuela. La labor de convertir eso en un convento, un colegio y, por supuesto, con su reglamentario templo, fue asignado originalmente a uno de los más famosos de su tiempo: Francisco Antonio de Guerrero y Torres. Su nombre explica un poco de mi afición a la Enseñanza y es que Guerrero es autor de algunos de mis más amados edificios del centro de la Ciudad: el palacio de los Condes de San Mateo Valparaíso (hoy un Banamex) y el Palacio de los Condes de Santiago Calimaya (hoy Museo de la Ciudad de México).

Esta disposición de los terrenos dio lugar a una de las particularidades de la Enseñanza: es el único templo de monjas en todo el Centro de la Ciudad de México (salvo el de San Bernardo aunque su apariencia actual, en realidad, es una importante modificación) que no cuenta con una doble portada lateral y que la nave corre paralela a la calle. Y es que Guerrero, brillantemente, decidió clausurar la callejuela que había entre los dos predios para edificar ahí el templo, mientras que el convento quedaría de un lado y el colegio del otro, uniéndose por detrás del templo. De esta forma, no había espacio para que el templo corriera paralelo y, en consecuencia, para que tuviera dos portadas. Esta idea generó otro reto al interior del templo, donde existe otra innovación y diferencia con los templos de monjas novohispanos, pero eso lo señalaré con su foto correspondiente. María Ignacia traía a México un nuevo estilo de educación femenina y una congregación más a las típicas novohispanas. La construcción simbólica del templo habla, además, de un desafío.

Primer patio (desde Donceles) del Colegio Nacional.
Foto: JILG, 2013
En algún momento de la segunda mitad del XVIII, el arquitecto Ignacio Castera sustituyó a Francisco Guerrero. No hay mucha claridad sobre quién se encargó exactamente de qué. Sin embargo, los estilos arquitectónicos y quienes han estudiado fuentes, aseguran que a Guerrero le debemos la planta del conjunto y el templo, mientras que a Castera el convento y el colegio. Es decir, nada de lo que hoy se conserva de forma original.

Cuando fue fundado el Colegio Nacional, se le encargó al arquitecto Teodoro González de León realizar una restauración del colegio, pues se encontraba prácticamente inutilizable. Supuestamente González de León siguió planos descritos al poco tiempo de la exclaustración para conseguir dar nuevamente el aspecto que tenía. Básicamente, González de León reunificó el predio que era utilizado como colegio, dotándolo de tres patios comunicados que originalmente contaba el edificio. La decoración, sin embargo, resultó por demás ecléctica, por lo que el aspecto del Colegio Nacional no es el de un viejo edificio dieciochesco al estilo de Guerrero, pero tampoco neoclásico al de Castera. En todo caso, González de León volvió reutilizable un predio que ya no lo era y ciertamente lo hizo agradable y fresco. La Enseñanza es una buena sede del Colegio Nacional. Pero ahora sí, vayamos a lo realmente bueno.

IV. El templo: saqueos, reemplazos y curiosidades
Retablo mayor, lienzos y coros enrejados.
Si en otras joyas del barroco mexicano lo que atrae es el llamado horror vacui, en La Enseñanza es la posibilidad de lograr acabados muy recargados pero sobrios y elegantes, más que exuberantes e impactantes. Si uno visita la Enseñanza con la versión impresa de la Nueva Guía del Centro Histórico de México leerá que dice, en su página 72: "El retablo principal y los seis laterales revelan su barroquismo en las columnas estípites, así como en el tupido bordado sobre la madera"... Un observador un poco más agudo, notará que en realidad hay un total de nueve retablos (no siete), pero, más aún destacable es ¡la ausencia del estípite! A diferencia del barroco churrigueresco que dominó el centro país a lo largo de buena parte del siglo XVIII, en la Enseñanza no se encuentra una sola columna estípite. Y eso es lo que hace de su barroco algo tan singular y significativo de su culminación. A mi gusto, es su expresión más refinada y de hecho Manuel González Galván coloca a estos retablos (pdf) como dentro de los mejores ejemplos de lo que Dr Atl llamó "ultrabarroco", una breve y dramática etapa final previa al neoclásico. Es una pena que esta guía no recoja lo realmente singular del templo y le describa características inexistentes.

San Ignacio, encabezando el retablo mayor. Foto: JILG, 2013
Los de la Enseñanza son una forma del barroco que retoma elementos previos a la irrupción del churrigueresco en la retablística novohispana. Un interesante modelo de este es el que se encuentra en la Catedral Metropolitana en la Capilla de la Inmaculada Concepción donde, en vez de contar con columnas (estípites o no), el volumen lo logra con molduras corridas. Salvo uno que sí tiene un par de columnas, todos los retablos de la Enseñanza dan una versión más elegante y sofisticada de este retablo de la Catedral, siendo el mejor logrado el mayor. Vale la pena echarle un vistazo a sus nueve retablos.

San Francisco Xavier repetido, uno arriba de otro, en el
retablo mayor. Foto: JILG, 2013
El retablo mayor, se amolda por completo a un gran nicho que forma parte del ábside del templo. Rodeado de grandes lienzos y las rejas del coro, juntos, forman una unidad muy original y, sobe todo, muy bonita. Lo inmediatamente llamativo son las rejas con telones rojos de fondo. Esto es nuevamente a causa de que el convento de la Enseñanza no fue construido conforme a los cánones de los templos de monjas. En estos, al correr la nave paralela a la calle, la entrada el templo es en la parte lateral, mientras que en el fondo se coloca un coro alto y bajo, enrejado, donde las monjas atienden la misa y reciben la comunión sin romper la clausura. Aquí, como no hay entrada lateral, sino al frente, como en una iglesia normal, el coro enrejado debió ubicarse en otro sitio. El resultado es el que está a la vista y resulta, sin duda, muy curioso. Las pinturas de la parte alta representan a la Virgen del Pilar, las de los laterales son la visión de San Juan sobre la Virgen del Apocalipsis con el Arcángel San Miguel venciendo a la Bestia. La del lado derecho es la Asunción de María. Ambos lienzos están firmados por Andrés López, de quien no encuentro mucha mayor referencia a que es un pintor propio de la época.

Las estrellas del retablo son, por supuesto la Virgen del Pilar y San Ignacio de Loyola, aunque, por alguna razón, en el nicho central del remate (hasta arriba, pues) está San Benito, fundador de los benedictinos. En el retablo hay estatuas y medallones con algunos papas y santos jesuitas y otros que no pude identificar ni encontrar a quien lo hubiera hecho. Sin embargo, es notorio que las imágenes del retablo no pueden ser las originales por un sencillo desliz evidente: la repetición de San Francisco Xavier. Difícilmente pudo haber sido una decisión original de quien hubiera hecho este retablo y sorprende que alguien haya decidido reemplazar un faltante con otro igual.

El resto del templo cuenta con otros ocho retablos para los cuales prefiero hacer un recorrido de fotos con amplios pies que continuar con el cuerpo de este texto, así que ahí van, en orden desde la entrada del templo haciendo un circuito de izquierda hacia derecha, omitiendo, por supuesto el retablo mayor.

Retablo de Nuestra Señora del Refugio (izquierda) y de la Pasión (derecha). El primero es uno de los dos retalos del sotocoro, es decir, la parte trasera de la iglesia, inmediata a la entrada en este caso. Claramente se trata de un retablo incompleto pues arriba de las dos columnas laterales típicamente irían dos estatuillas. La pintura está sumamente opaca, pero la leyenda colocada en la base del retablo asegura que es de una Virgen del Refugio. En el segundo retablo, el Cristo crucificado, acompañado de cuatro pinturas con escenas de la Pasión,  junto con una del Divino Rostro y una estatuilla de la Dolorosa permiten dar cierta unidad al tema que trata. Arriba y debajo de las pinturas hay medallones que podrían ser de profetas del antiguo testamento donde claramente la presencia de una pequeña puerta en el lado derecho impide que haya cuatro medallones.
Las pinturas de los retablos de la Pasión están firmadas por Sebastián Salcedo con fecha de 1779 (izquierda), quien no cuenta con muchas otras pinturas de las que se tengan conocimiento. Sin embargo, tiene una sobre sobre la Virgen de Guadalupe (derecha) que se resguarda en el Museo de Arte de Denver, Colorado. Esta pintura tiene tal éxito local que el museo ha realizado períodos de entrada gratuita  sólo para celebrarla.

Retablos de San Ignacio de Loyola (izquierda) y de Guadalupe. Ambos muy buen ejemplo del "ultrabarroco" que  coloca a los santos en nichos que forman parte de las pilastras (columnas) y no entre ellas. Los retablos están enmarcados por pinturas que narran la vida de José y María. Estos no están firmados pero podrían ser también del mismo Salcedo. En el retablo de San Ignacio aparecen santos fundadores de congregaciones como San Agustín, San Diego de Alcalá, Santo Domingo de Guzmán y San Cayetano.  En el remate, al centro, aparece una virgen rodeada de espejos debido a la invocación mariana en la letanía de "espejo de justicia".  El retablo de Guadalupe es uno de los que tiene mayor unidad temática al contar, abajo, con estatuas de San Joaquín y Santa Ana,  padres de María. Arriba, al centro, a San Miguel Arcángel, protector de la virgen y a sus lados San Juan Bautista, sobrino de María y, a la derecha San Juan el evangelista, a quien Jesús le dio a María por su hijo. 
Medallones rotos. En la base del retablo de San Ignacio hay dos medallones dedicados a mártires: el de San Hipólito con su pluma símbolo del martirio y el de Santa Bárbara con todo y su torre. En la aparente limpieza y perfección que da el aspecto general de la Enseñanza, estos dos sobre salen justo por su maltrato.
Hay un retablo dedicado a las reliquias, sin embargo, fuera de lugar y de contexto, en el retablo de San Ignacio, se encuentra como reliquia una presunta astilla de la columna a donde fue atado Jesús durante la flagelación (izquierda). A la derecha, en el retablo de Guadalupe, llama la atención un pequeño medallón de quien podría ser Santa Librada, a quienes se encomiendan las "mal casadas".

Retablos de San Juan Nepomuceno (o de la Virgen de Pátzcuaro) a la izquierda y el de las Reliquias a la derecha.  Como en el caso del Retablo de la Pasión, las puertas colocadas en los costados del templo interrumpen algunas secuencias santorales. En este caso se trata de los evangelistas. Hay tres medallones dedicados a San Mateo, San Marco y San Lucas. En el lugar de la puerta correspondería el de San Juan. Probablemente se optó que éste fuera el evangelista excluido debido a que cuenta con toda una estatua en el retablo de enfrente, dedicado a la virgen de Guadalupe.  Aquí, además de San Juan Nepomuceno y la imagen de la Virgen de Patzcuaro que luce haber sido introducida no hace mucho, están santos jesuitas (San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kotzka) que se repiten en el retablo mayor. Además, finalmente aparecen Santa Teresa de Ávila y Santa Gertrudis la Magna que son casi reglamentarias en cualquier convento barroco de monjas en la Nueva España. En el retablo de las reliquias aparecen figuras de santos y santas completamente desconocidos para mí, pero una placa asegura que se tratan de Santa Rudinetra, Santa Cándida, San Rufo de Taseda y San Clamente, de quienes pertenecen las reliquias que quedan en el retablo. Hay una pintura de Cristo flagelado, suponiendo que la reliquia de la astilla de la columna debería estar aquí, no en el retablo de San Ignacio que está frente a este. 
Detalles del retablo de las reliquias... que muestran la ausencia de éstas. Fotos: JILG, 2013

Retablo de la virgen o de San Antonio Abad y retablo derecho del sotocoro. El de la izquierda no tiene mucha unidad en sus temas. Las pinutras son un San Juan escribiendo el Apocalipsis y una María Magdalena, ambas de Francisco Antonio Vallejo. Es evidente la falta de un santo o pintura en la parte superior y las dos santas de arriba, son, supuestamente, otra Santa Gertrudis la Magna (repetida) y Santa Rita de Casia, aunque, en realidad no hay muchos atributos para poder distinguirlas de cualquier otra santa o mártir.  Algo similar ocurre con el retablo del sotocoro que ni a nombre llega, pues no tiene placa alguna ni uniformidad en su tema como para sugerirle alguno, está incompleto y los santos que posee parecen de reciente introducción. Probablemente, igual que el retablo izquierdo del sotocoro, su posición cercana a la entrada lo hizo víctima de numerosos saqueos. Foto: JILG, 2013.
Detalle del Retablo de la Virgen (o de San Antonio Abad). Lo que hace suponer que fue alguna vez dedicado a la Virgen es la presencia de tres medallones en talla del retablo con símbolos marianos, como, en este caso una fuente.

Finalmente, también cabe señalar que las rejas del coro alto son presuntamente originales y, más aún, el arco que cierra este coro tiene un trabajo labrado en cantera que también es extraordinario y que, por los florones da la impresión de que ya hay influencias neoclásicas en la Enseñanza. He encontrado que este arco que da la apariencia de tres es una suerte de firma del arquitecto Francisco Guerrero y Torres.

Coro alto y entrada. Foto: JILG, 2013

La Enseñanza es, a mi gusto y por mucho, uno de los mejores sitios que hay no sólo en el Centro Histórico de la Ciudad de México, sino en toda la Ciudad. Llama la atención que a diferencia de otros templos como Loreto, Santa Catarina o la Santísima Trinidad, luce perfectamente prolijo. En esos otros templos, el paso de los siglos es evidente. Y en la Enseñanza también, pero esa buena limpieza, pintura y mantenimiento de los retablos, acompañado de su barroquismo, hace más complicado hallar esos descuidos e inevitables pérdidas que sólo el tiempo es responsable de erosionar.