sábado, 14 de septiembre de 2013

Asilo de fuentes estresadas: Salto del Agua

Arriba: la fuente original del Salto del Agua en la huerta del ex colegio de San Francisco Xavier de Tepotzotlán. Abajo: la réplica en el estresado cruce de Arcos de Belén y el Eje Central. Fotos: JILG.

Nunca vivió el estrés cotidiano al que está sometida su réplica. Sin embargo, la fuente original del Salto del Agua sufrió una erosión que nunca experimentó su hija: la del uso como surtidora de agua potable y la de haber testificado algunas de las obras viales que acabaron con ella. Muchas son las razones que pudieran tenerse para visitar el ex Colegio de San Francisco Xavier en Tepotzotlán, pero la de echar un vistazo a la ruinosa fuente con la que finalizaba el Acueducto de Chapultepec es una de las mejores. Ahí, en lo que fue la huerta conventual y que hoy es un jardín en perfectas condiciones, a la ruina pareciera habérsele construido un santuario de retiro espiritual. Como un homenaje colonial más de los que simboliza, la fuente de Salto del Agua, originalmente llamada de Belén, lleva el destino que el de muchas viudas de la nobleza novohispana: el recogimiento y la clausura, el ocaso de la vida en un convento. Muerto el acueducto, la viuda fuente se dio a sí misma como dote a uno de los más suntuosos y mejor conservados monasterios del Valle de México.

Hoy, en ese convulso punto en el que la terrible avenida de Arcos de Belén desemboca como una delta a la espantosa calle de Eje Central para reunificarse en una desangelada avenida José María Izazaga se encuentran frente a frente, pero divorciadas, la Capilla de la Purísima Concepción y una réplica de la fuente que Ignacio de Castera colocó en ese punto en 1779. Echar un vistazo a ambos vestigios exige paciencia para esperar la luz verde y tolerancia al ruido y el humo. Pero ahí están. Bien se pudo haber optado por mantener el espíritu de abrir aún más el espacio para los automóviles y derrocar trazas anticuadas. La resistencia de ambos monumentos en sitio tan adverso habla bien de la ciudad.
En la réplica de Guillermo Ruiz (abajo) se respetó la talla del escudo de la Ciudad
enmarcado en un águila con la corona de los Reyes Católicos. Tras la independencia,
dicen, este escudo fue erosionado intencionalmente de la fuente original. Fotos: JILG

Mucho se desechó. De las 61 fuentes que dotaban de agua a la Ciudad de México del siglo XVIII y parte del XIX, sólo quedan tres y reubicadas lejos de sus sitios originales -aunque la del Aguilita cuenta también con una réplica en su sitio original-. A la del Salto del Agua, a pesar de su maltrato valió la pena no sólo conservar la vieja y desgastada, sino colocar una réplica en su lugar. Un homenaje a quien ya era un homenaje.

Ignacio de Castera era un arquitecto neoclásico. Su generación representa el fin de más de una centuria de toda una forma de construir, ver, pensar y vivir en la colonia. Un repudio al dorado garigoleo con santitos. El a veces incomprensible y particular barroco novohispano se extinguió en cosa de unos 30 o 40 años. Castera fue uno de los últimos grandes "maestros mayores" de la Ciudad de México como capital de la Nueva España que, junto con los suyos, participó en la renovación de fachadas, retablos e infraestructuras. La iglesia de Loreto en el Centro Histórico, por ejemplo, muestra ya ese rompimiento total con el excesivo barroco. Sin embargo, aún en el espíritu vanguardista y de ruptura, Castera construyó una fuente barroca.

Dicen algunos que el sobrio barroquismo del Salto del Agua se debió a ser una de las obras tempranas de Castera o bien que forma parte de un momento de transición del barroco al neoclásico que el historiador Jorge Alberto Manrique bautizó como "barroco neóstilo". A mí me gusta pensar que Castera quiso dar un monumento representativo de la ciudad. Un símbolo. Así como hoy la fuente del Paseo Bravo de Puebla busca mostrar lo entrañable de esa ciudad al estar hecha de ladrillo rojo, talavera y cantera tallada en columnas estípites, la de Salto del Agua rindió homenaje al barroco y a la ciudad con un par de pilastras salomónicas, el escudo de la Ciudad de México y, coronada en su remate con una mujer española y otra indígena. El recién incorporado estilo neoclásico apenas se adivina en los trofeos que la adornan, similares a las que Manuel Tolsá obsesivamente colocó arriba de varios de sus edificios y remodelaciones. Me gusta pensar que siendo maestro mayor de un virrey tan ambicioso como lo fue Bucareli, la del Salto de Agua buscaba glorificar los sellos que identificaban a la Ciudad de México de ese entonces. Un Castera de hoy, tal vez haría otra cosa.

El Acueducto de Chapultepec funcionó a hasta mediados del siglo XIX. Su destrucción fue lenta hasta que en la década de 1960, con la construcción de la la Línea 1 del Metro y la espantosa iniciativa de abrir ejes viales en los 70, se quedaron sólo unas cuantas arcadas por la Zona Rosa, la todavía más vieja fuente de Chapultepec que abría el acueducto y la ruina de la fuente de Salto del Agua. Funesta suerte tuvieron la fuente de La Mariscala del otro gran acueducto que surtía a la ciudad y no se diga de las otras fuentes menores o "pilas económicas". A la erosión del tiempo había que sumarle el deterioro que le dejaron estas obras que acabaron con su remate y algunos trofeos. Hay reseñas ligeras y superficiales que condenan la decisión, pero para mí fue una mente piadosa la que optó por llevársela al entonces flamante Museo Nacional del Virreinato que en 1964 sirvió para conservar el viejo colegio jesuita de Tepotzotlán. No falta quien diga que todo es un engaño y que la original está en la casa de algún político del partido hegemónico. En todo caso, la fuente que hoy está en Salto del Agua, la replicó Guillermo Ruiz en 1948, aunque, me parece, suavizando un poco más las líneas barrocas de la original. Tal vez fue un mejor homenaje a la fuente final que la decisión de dejar aislada, asediada y casi oculta la inicial de Chapultepec.

Si me preguntan a mí: yo ampliaría enormemente las banquetas del Eje Central para convertirlo en un paseo arbolado no tan conveniente para el tráfico vehícular. Prohibiría referirse a él como "Eje Central" o "Lázaro Cárdenas" y le impondría un nombre nuevo o bien rescataría los que tuvo anteriormente (aunque Niño Perdido o San Juan de Letrán no convencen). Al llegar al cruce con Izazaga la avenida ex Eje Central es interrumpida por un parque en la capilla de la Purísima Concepción y la fuente de Salto del Agua pueden conversar nuevamente.

Entre árboles la original, entre postes de luz la réplica.


Fuentes:
- Una buena tesis de Historia del Arte de Ana Lorena García Martínez, enfocada al templo de Loreto, pero cuyo segundo capítulo, disponible en línea, se concentra en la biografía profesional de Ignacio Castera y análisis general de su obra en el contexto del fin del Virreinato y el ocaso del barroco.
- Sobre las fuentes que se desprendían de los dos acueductos que surtían de agua a la Ciudad de México, un artículo del célebre historiador Manuel Carrera Stampa-.
-Sobre el barroco "neóstilo", aquí el artículo donde se acuñó el término que ciertamente es de gran utilidad a la hora de observar el barroco de la segunda mitad del siglo XVIII.
-Sobre la fuente de Chapultepec, más vieja y tal vez más triste y estresada que la del Salto de Agua, aquí un comentario de Héctor de Mauleón.


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